Con apenas 17 años, Santa Ana De León, junto con otras jóvenes de San Buenaventura, una aldea ubicada al este de la Ciudad de Guatemala, vio cómo las mujeres adultas de la comunidad se organizaron para evitar perder sus hogares, su tranquilidad y su río, el Motagua. Corría el año 2009, y la empresa Generadora Nacional S.A. (Genasa) ya había manifestado su interés por construir una hidroeléctrica para aprovechar el caudal del río más extenso de Guatemala. El Motagua, que nace en el Altiplano occidental, mide 487 kilómetros de largo y atraviesa unos 80 municipios del país, junto con otros 20 de Honduras, hasta desembocar en el océano Atlántico.
El objetivo de Genasa era construir una presa de concreto de 36 metros de altura y un túnel de 4,2 kilómetros de largo, que transportaría el agua hasta la casa de máquinas, todo dentro de propiedad privada que aún tenían que adquirir. “Vinieron con intención de comprarnos”, recuerda De León, hoy de 30 años.
En 2011, el 83% (2,748) de los habitantes de la comunidad votaron en contra del proyecto y comenzó una lucha entre los pobladores y la empresa, respaldada por el ejército y la policía nacional civil para doblegar la resistencia de San Buenaventura, explican los vecinos. “Fue muy triste para nosotros, porque ellos querían generar un conflicto para poder ganar”, dice Santa Ana de León. Según recuerda, en la entrada a la comunidad siempre había policía acompañada por el ejército. “Cuando salíamos, nos poníamos de acuerdo para no entrar en las provocaciones, que todo fuera en unión y en paz, porque si no, nosotros íbamos a perder”, comentó.
Finalmente, en abril de 2021, luego de una década de conflicto, el Ministerio de Energía y Minas anunció la cancelación del contrato con Genasa.
La clave de este desenlace fue la unión comunitaria basada en el espíritu de lucha de las mujeres de San Buenaventura, asegura Gerardo Paiz, miembro del Colectivo Madre Selva. Desde el inicio, los vecinos se dieron cuenta de que el activismo debía centrarse en las mujeres, niños y jóvenes de la localidad. “Por los diferentes roles, a los hombres se les dificulta participar en actividades porque ellos salen lejos a trabajar, y las mujeres tienen más facilidad para ir a las reuniones con mayor constancia”, dice.
Durante este proceso, que en tiempos de la lucha contra la hidroeléctrica incluyó asesoría legal, los pobladores de San Buenaventura –las mujeres principalmente– aprendieron acerca de cómo organizarse y expresar sus inquietudes. “Al principio era muy tímida y me daba vergüenza hablar. Hoy, a las demás mujeres les digo que pierdan el miedo, que digan lo que sienten, porque todas tenemos derecho a hablar”, señala De León.
El conflicto contra la hidroeléctrica no solo sirvió para que los habitantes de San Buenaventura aprendieran acerca del poder de la organización comunitaria, sino que también permitió que las mujeres ampliaran sus roles y formaran parte de la toma de decisiones de la comunidad. Esto ha resultado clave: en la cuenca del río Motagua, uno de los más contaminados de Centroamérica, esas experiencias vividas durante la última década están siendo útiles para estimular la participación de otras poblaciones contra la contaminación del río. Las mujeres de San Buenaventura y de otras localidades en la cuenca han formado parte de un diplomado de liderazgo, organización y promoción comunitaria, con la idea de pulir sus habilidades organizacionales.
Durante todo el trayecto del Motagua, desde el Altiplano de Guatemala hasta el municipio de Omoa en la zona caribeña de Honduras, este cuerpo de agua acarrea toneladas de basura y otros residuos orgánicos. “Nosotros nos bañábamos en el río, incluso tomábamos agua de ahí, pero llegó un momento en que el agua comenzó a venir sucia y las personas salían con llagas y heridas después de bañarse”, se lamenta De León.
Como De León, otras mujeres de su comunidad eran adolescentes cuando se enfrentaron contra la hidroeléctrica, y hoy son líderes de sus hogares y de iniciativas ambientalistas. El río Motagua ha sido parte de su identidad desde siempre, y eso las motiva para reunirse e implementar acciones para reducir el impacto de la contaminación en su localidad. “Hemos hecho jornadas de limpieza en las playas y hemos realizado recorridos a otras comunidades. El objetivo es concientizar a las demás personas para que no se queden de brazos cruzados”, dice Ana Córdoba, habitante de San Buenaventura e integrante del Movimiento Juvenil por el Motagua. “Este movimiento ha tenido un papel importante en la región, porque han hecho conciencia con canciones y dramatizaciones. Van a programas de radio, hacen sus campañas locales para la reducción de los desechos sólidos”, añade Paiz, del Colectivo Madre Selva.
Son conscientes, sin embargo, de las dimensiones del problema. Solo en 2021, las 600 toneladas de plástico acarreadas por el agua afectaron cerca de 60 kilómetros de playas en Honduras, y la municipalidad de Omoa, donde desemboca el río, ha invertido más de 4.000 dólares mensuales desde hace 12 años para limpiar todos esos residuos, según datos del gobierno local.
Solucionar la situación actual del Motagua tomará años y mucha voluntad de parte del Gobierno y del sector privado guatemaltecos. “Como mujer me siento satisfecha y orgullosa por estar desenvolviéndome en mi comunidad. Yo le digo a las mujeres que sigan luchando, porque siempre habrá dificultades y tropiezos. Les recuerdo que si uno no lucha por la aldea, otras personas vienen y se van a aprovechar de toda la riqueza que tenemos”, subraya Santa Ana de León.