La contaminación del aire es una de las amenazas más graves para la salud pública y el medio ambiente en todo el mundo. Aunque los términos “contaminación del aire ambiental exterior” y “contaminación del aire urbano al aire libre” a menudo se utilizan indistintamente, es importante distinguir entre ambos para comprender mejor sus impactos y cómo abordarlos.
La contaminación del aire ambiental exterior es un término amplio que abarca todas las formas de contaminación del aire que ocurren en ambientes al aire libre. Esto incluye tanto áreas rurales como urbanas. La calidad del aire se considera deficiente cuando los contaminantes alcanzan concentraciones suficientemente altas como para perjudicar la salud humana y el medio ambiente. En contraste, la contaminación del aire urbano al aire libre se refiere específicamente a la contaminación del aire en áreas urbanas, generalmente en ciudades o sus alrededores. Este tipo de contaminación es más focalizada y típicamente resulta de actividades humanas intensas como el tráfico vehicular, la construcción y la industria.
La exposición a altos niveles de contaminación del aire puede tener efectos devastadores en la salud humana. Los riesgos incluyen infecciones respiratorias, enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares y cáncer de pulmón. Tanto la exposición a corto como a largo plazo a los contaminantes del aire están asociados con impactos adversos en la salud. Los grupos más vulnerables son los niños, los ancianos y las personas con enfermedades preexistentes, así como aquellos que viven en condiciones de pobreza.
Entre los contaminantes más perjudiciales se encuentran las partículas finas PM2.5, que pueden penetrar profundamente en los pulmones y están estrechamente relacionadas con la mortalidad prematura. Aunque la calidad del aire ha mejorado en muchos países de altos ingresos, la contaminación del aire sigue siendo un problema mundial de salud pública, incluso a niveles relativamente bajos de exposición.
Las partículas en suspensión, conocidas como PM (por sus siglas en inglés), incluyen polvo, hollín, humo y aerosoles. Las partículas PM10, con un diámetro menor a 10 micrómetros, pueden inhalarse y acumularse en el sistema respiratorio. Aún más peligrosas son las partículas PM2.5, con un diámetro menor a 2.5 micrómetros, que pueden alojarse profundamente en los pulmones y pasar al torrente sanguíneo. Estas partículas finas son emitidas principalmente por vehículos diésel, la quema de residuos y plantas generadoras de energía a carbón.
La contaminación atmosférica es el mayor contribuyente ambiental a las muertes prematuras, al causar unos siete millones de ellas cada año en todo el mundo. De hecho, una de cada seis muertes en el planeta está relacionada con enfermedades causadas por la contaminación, una cifra que triplica la suma de las muertes por sida, malaria y tuberculosis y multiplica por 15 las muertes ocasionadas por las guerras, los asesinatos y otras formas de violencia.
La exposición a sustancias tóxicas aumenta el riesgo de muerte prematura, intoxicación aguda, cáncer, enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares, enfermedades respiratorias, efectos adversos en los sistemas inmunológico, endocrino y reproductivo, anomalías congénitas y secuelas en el desarrollo neurológico de por vida.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) mantiene una base de datos global sobre los niveles de contaminación del aire por PM2.5 y PM10 en más de 4,000 ciudades en 108 países. Esta base de datos se utiliza para estimar las exposiciones medias anuales de las poblaciones urbanas y rurales a estas partículas finas. Además, la OMS colabora con otras organizaciones internacionales para mejorar la vigilancia y reducir la contaminación del aire a través de la Plataforma Global de Calidad del Aire y Salud.
Cada año, cientos de millones de toneladas de sustancias tóxicas se emiten o vierten al aire, al agua y al suelo. Entre 2000 y 2017, la producción de sustancias químicas se duplicó, y se prevé que se duplique nuevamente para 2030 y se triplique para 2050, con la mayor parte de este crecimiento en países fuera de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE).
Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), este aumento en la producción conllevará una mayor exposición a riesgos y una exacerbación de los impactos en la salud y el medio ambiente.
La salud pública reconoce la contaminación del aire como un determinante crítico de la salud. Los países de ingresos bajos y medios enfrentan mayores exposiciones y riesgos, lo que requiere la intervención de las autoridades a todos los niveles. El sector de la salud puede liderar un enfoque multisectorial para prevenir la exposición a la contaminación del aire, apoyando el desarrollo de políticas a largo plazo que reduzcan estos riesgos.
La reducción de la concentración de PM10 y PM2.5 puede disminuir significativamente el riesgo de mortalidad. La OMS estima que mejorar la calidad del aire podría evitar el 12.5% de las muertes globales, reduciendo la carga de enfermedades respiratorias y cardiovasculares, así como los costos de atención de salud y pérdida de productividad.
Para prevenir los efectos adversos de la contaminación del aire, los gobiernos deben identificar las principales fuentes de contaminación y promover políticas para mejorar la calidad del aire. Estas políticas pueden incluir la promoción del transporte público, el uso de energías renovables, y la mejora de la eficiencia energética en edificios e industrias. Además, aumentar la conciencia pública sobre los riesgos de la contaminación del aire y el uso de monitoreo efectivo son esenciales para generar acciones políticas y mejorar la salud pública.
*con información de UN News y OPS