Mujeres emprendedoras de San Pedro La Laguna

Historia por: Jorge Rodríguez Fotografía por: Jorge Rodríguez Mié 9, May 2018

El sonido de las aves. Las calles de adoquín y los murales eclécticos que combinan escenarios sicodélicos con escenas mayas cósmicas. La leve brisa que se levanta del lago de Atitlán y unas mujeres que ofrecen servilletas, pulseras, collares y otros accesorios hechos a mano. Incluso, si se tiene paciencia, estas caminantes te pueden ofrecer hasta un traje maya tradicional completo (güipil, corte y faja).

Este es un escenario que se repite en cualquiera de los ocho pueblos que rodean al lago de Atitlán. A excepción de las vendedoras ambulantes, todo forma parte de un paisaje idílico que atrae a miles de turistas, nacionales y extranjeros y que se convierte en el motor económico principal de una de las zonas más pobres de Guatemala.

Falta de oportunidades

Una vendedora ambulante pide dinero en Panajachel. Foto: Jorge Rodríguez/Viatori

Al igual que el número de volcanes que flanquean al lago, son tres las culturas descendientes de los mayas que habitan en las comunidades. Los quiches, kaqchiqueles y tz’utujiles comparten elementos espirituales y tradicionales, pero también la falta de oportunidades para sus poblaciones.

“Las vendedoras ambulantes suelen ofrecer sus productos por precios muy por debajo del mercado. Lo que quieren es vender”, dice Carla Thomas, una ciudadana inglesa que ha trabajado con tejedoras por más de cinco años en el país. A decir de Carla, esta estrategia de venta hace “que su trabajo no sea valorado como se debe”, lo que genera más pérdidas que ganancias.

La idea es, según Carla, capacitarlas para que “ellas mismas aprendan a valorar su labor, al igual que sus productos”.

Desarrollo autosostenible

Andrea González, tejedora, crea piezas que reflejan los valores culturales de la etnia Maya Tz’utujil. Foto: Jorge Rodríguez/Viatori

Esta no es una situación nueva, pero sí que ha generado nuevas soluciones. En San Pedro La Laguna, la Red Municipal de Mujeres ha luchado por años para lograr tener un espacio digno, en el que ofrecer sus productos a precios competitivos.

Como sucede en todas las áreas de la vida, las mujeres artesanas de San Pedro combinan su trabajo con las labores del hogar. “Muchas de las compañeras tienen varios hijos que atender. Algunas hasta tienen hijos especiales”, dice Angela Rosarina.

Como la mayoría de pueblos rurales del país, en San Pedro la agricultura es uno de los ingresos más importantes para las familias. “Las mujeres también tenemos que apoyar a los esposos en el campo”, dice Andrea González, otra artesana de la localidad.

“Las mujeres son un recurso esencial en el desarrollo de San Pedro”, dice Mauricio Méndez, Alcalde Municipal. En 2016, su administración se animó a hacer algo que no había hecho ningún otro municipio del país: prohibir el plástico. Esto ha hecho que otros lugares turísticos emulen esta iniciativa.

“No queremos ser vistos solo como un municipio ecológico. Creemos que la participación de todos los sectores es clave para lograr un desarrollo sostenible”, sostiene Méndez.

Mercado de Artesanías

El Mercado de Artesanías permite a las mujeres ofrecer sus productos a precios más justos y a una variedad más amplia de clientes. Foto: Jorge Rodríguez/Viatori

Durante años las mujeres pedranas, como se les conoce, buscaron el apoyo de las administraciones municipales. “Primero, logramos que se adquiriera el terreno. Luego se consiguió la construcción del edificio. Ahora, mis compañeras y yo tenemos un espacio en donde mostrar lo que hacemos”, dice Angela Rosarina, tejedora y lideresa comunitaria.

El Mercado de Artesanías es una excelente excusa para las mujeres jóvenes continúen con el legado de las mayores. “Actualmente solo somos tres mujeres jóvenes. Sin embargo, creo que es importante que nos peguemos a nuestras abuelas y madres, ya que de ellas es que obtenemos el conocimiento de nuestra cultura”, dice Rosa Vásquez.

A finales de marzo de 2018, la zona turística de San Pedro inauguró el Mercado de Artesanías Tz’unun Ya’, en donde hay ya 11 grupos de mujeres establecidas, en donde ofrecen desde pulseras y accesorios de bisutería hasta tejidos fabricados a mano.

“Tener este espacio nos sirve para mostrar lo que podemos hacer, así como mantener viva nuestra cultura”, dice Rosa Vásquez, pintora y tejedora. “Antes las mujeres se quedaban en casa, porque eran solo los hombres los que trabajaban. Ahora hay la oportunidad de ganarse su dinero y colaborar con el crecimiento del hogar”, añade.

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