La celebración del Día de la Tierra 2020 se da en un ambiente más negativo y oscuro que nunca. Pérdida de biodiversidad, tráfico de animales, tala ilegal, discriminación de pueblos indígenas.
Pero, aunque el panorama pinte más negro que nunca, es importante resaltar el trabajo que miles de personas en todo el mundo, realizan para proteger la vida en nuestro planeta.
En Guatemala, la temporada de incendios forestales se encuentra en su punto más álgido. Las últimas lluvias cayeron en el ya lejano mes de noviembre de 2019 y los diferentes ecosistemas del país están sufriendo la falta de agua y el intenso calor. A esto hay que sumarle la mano criminal de algunas personas, que queman porciones de bosque, con la idea de cambiar su uso a uno agrícola.
A pesar de las restricciones impuestas por el gobierno de ese país a consecuencia del COVID-19, el número de siniestros no ha disminuido, lo que pone en peligro a la vida silvestre y la cobertura forestal del país.
En esas situaciones, el personal del Consejo Nacional de Áreas Protegidas (CONAP), continúa luchando en contra de todas las adversidades, muchas veces motivados por su amor a la vida y el equilibrio natural, por lo que vale la pena reconocerles su labor y luchar porque tengan condiciones laborales más justas.
Biólogas, químicos, técnicos forestales. Existen muchas personas que dedican sus días, incluso dentro de casa, para que el mundo sepa acerca de la importancia de la vida silvestre y el equilibrio en los ecosistemas del mundo.
Los países de Centroamérica están inscritos en diferentes redes de conservación, como el Sistema Arrecifal Mesoamericano (SAM), la Red de Monitoreo de Aves Playeras de las Américas, la Red Iberoamericana de Bosques Modelo y un sin número de entidades más.
Todo esto se hace, con el apoyo estatal o sin él, con el afán de lograr la interconección de los sistemas naturales vivos y promover el aumento de la biodiversidad.
Mucho del trabajo que estos investigadores y conservacionistas realizan, generalmente se hace con recursos limitados y con riesgos para la seguridad de los defensores de la naturaleza, por lo que es importante contar con el apoyo de la sociedad en general, para que el trabajo de defensa del planeta continúe.
Los gobiernos centroamericanos no se han caracterizado por ser los más feroces defensores de la biodiversidad que sus países guardan, a excepción de Costa Rica.
El país tico tiene como objetivo, para el año 2021, lograr que su electricidad provenga de fuentes naturales, así como lograr la neutralidad energética para 2050.
Climate Analytics indicó que Argentina, México, Brasil y Costa Rica son los países que muestran avances para contrarrestar el daño y mejorar las condiciones del medio ambiente.
Sin ser tan innovadores como los ticos, los demás países de la región están tomando consciencia en cuanto a incorporar prácticas más amigables con el medio ambiente, como el reciclaje y la prohibición de plásticos de un solo uso. Aunque son esfuerzos mínimos, son pequeños pasos que suman a la causa.
Desde la época de la colonia hasta nuestros días, las poblaciones indígenas han sufrido abusos, discriminación y exclusión (incluso, genocidio). A pesar de todo ello, en diferentes proporciones, continúan luchando por proteger sus conocimientos ancestrales y promover su conexión con la vida natural y la energía universal.
La Alianza Mesoamericana de Pueblos y Bosques, es una iniciativa regional que une a los diferentes pueblos originarios del istmo, con el objetivo de crear estrategias conjuntas y apoyarse mutuamente en el esfuerzo por proteger el patrimonio natural y cultural que guardan.
Con la llegada del COVID-19, los Guna Yala de Panamá, los Bri Bri de Costa Rica o los K’aqchiqueles de Guatemala están incentivando a que se retomen prácticas ancestrales del uso de medicinas naturales, para fortalecer el cuerpo y espíritu en contra del nuevo coronavirus.
«La naturaleza no es solo para verse bonita», decía Reginaldo Chayax, un curandero maya itza y que basa su salud en la medicina que proviene del bosque.
Por ello, y por otras razones, los pueblos indígenas deberían ser considerados como un patrimonio para los países, ya que dedican sus esfuerzos a proteger la naturaleza y a crear modelos de desarrollo autosostenibles.