El último informe del IPCC nos exhorta a pasar ya de las palabras a la acción

Historia por: The Conversation Fotografía por: Pixabay Mar 12, Abr 2022

Pedro Linares, Universidad Pontificia Comillas

Esta semana se ha publicado la tercera parte del Sexto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que corresponde al Grupo de Trabajo III sobre mitigación. A partir de la evaluación de las bases físicas del cambio climático (Grupo de Trabajo I) y de su traducción a impactos físicos y a nuestra vulnerabilidad (Grupo de Trabajo II), estos expertos proponen las acciones más recomendables para reducir estos impactos.

Un informe de síntesis que llegará en septiembre unirá todos estos contenidos. Pero no hace falta esperar hasta entonces para saber lo que debemos hacer. Nos lo dice ya el documento que acaba de salir.

No viene mal recordar que, por la propia naturaleza de los informes del IPCC, no hay nada nuevo en ellos: son esencialmente revisiones de la literatura científica, con una priorización o énfasis en los aspectos más consensuados. Para los que siguen las investigaciones u otras fuentes expertas (o como mi blog, por ejemplo) no hay nada revolucionario. Los que no la siguen pueden encontrar una visión muy completa y objetiva de lo que sabemos y lo que no sabemos acerca de este tema.

Lo malo es que el texto, incluso el resumen para políticos, es complejo y denso, no demasiado sencillo de leer. Tratando de facilitar la tarea, este artículo constituye un resumen en el que subrayo las cuestiones más relevantes, o menos conocidas.

Para los que quieran ir más allá, recomiendo leer no el resumen para políticos, sino el resumen técnico del nuevo informe. Este segundo es más largo, pero menos mediatizado por los intereses políticos, y más completo.

Al comienzo del resumen técnico hay ; resume muy bien y da una visión muy realista de este tema. También cubre aspectos curiosamente no mencionados en el resumen para políticos, pero fundamentales, como el comercio internacional o la fuga de emisiones.

La reducción de emisiones debe empezar ya

Foto: Karl Nesh/Shutterstock

El primer gran mensaje del informe es que, aunque la tasa de crecimiento de las emisiones se ha reducido algo en la última década, siguen aumentando. Ya son un 54 % mayores que en 1990. Y ya hemos consumido casi todo el presupuesto de carbono que nos queda para llegar a un calentamiento de 1,5 ℃ con una probabilidad mayor del 50 %.

Por lo tanto, y este es el segundo mensaje relevante, si queremos no superar este grado y medio tenemos que ponernos a reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero ya (de forma “profunda, rápida y sostenida”), de forma que 2025 marque el máximo de emisiones, y en 2030 las reduzcamos entre un 13 y un 45 %. En 2050 tendríamos que reducirlas entre un 52 y un 76 % para llegar a la neutralidad climática en esa década.

Si dilatamos las reducciones consumiremos más rápidamente el presupuesto, y por lo tanto tendremos que llegar a la neutralidad antes. Y eso sin entrar en el lock-in, es decir, el problema de construir edificios o industrias ahora, basados en tecnologías intensivas en carbono, que nos aten a unas emisiones elevadas durante mucho tiempo.

En este punto, el IPCC constata que hay una brecha entre lo que tenemos que hacer, esta reducción de emisiones, y lo que se promete por parte de los países en sus contribuciones nacionales al Acuerdo de París. Si solo cumplimos con estas promesas, el calentamiento esperado en 2100 será de 2,8 ℃.

Y el informe nos recuerda que hay otra brecha de implementación entre las promesas y la realidad política. Así que la tarea política es enorme, incluso mayor que la tecnológica. Porque ya contamos con muchas tecnologías viables para la transformación, algunas de ellas ya competitivas (como la fotovoltaica o la eólica). Pero tenemos que hacer mucho más.

¿Cuáles son las actuaciones prioritarias?

En primer lugar, el ahorro y la eficiencia, que según el IPCC puede suponer entre un 40 y un 70 % de la reducción a 2050. Esto incluye cambios en ámbitos como los siguientes:

  • En las infraestructuras. Por ejemplo, para hacer edificios que no consuman energía o para reducir las necesidades de movilidad.
  • En las tecnologías de uso final. Empleando vehículos eléctricos o más eficientes, etc.
  • De comportamiento y socioculturales. Aquí se incluyen cambios de dieta, que no son milagrosos, pero algo ayudan, y ajustes en la climatización en edificios.
  • Economía circular. Aumento de la eficiencia en el uso de materiales.

En segundo lugar, hay que abandonar los combustibles fósiles: el carbón debería reducirse un 95 %, el petróleo en un 60 % y el gas en un 45 %. Respecto al último, sobre todo, la reducción de las fugas de metano es una medida muy, muy eficiente.

No obstante, en un mensaje muy importante, el IPCC nos dice que todo esto no es suficiente. Que tendremos que utilizar técnicas para eliminar el carbono de la atmósfera y también para capturar carbono de los combustibles fósiles que queden, de la producción de cemento y de la industria química.

Más aún, en una afirmación seguramente controvertida, el informe advierte que la captura de carbono no podrá estar basada predominantemente en los sumideros naturales (reforestación, etc.) porque es menos fiable que el almacenamiento geológico. Así que es fundamental impulsar las tecnologías de biomasa con captura, prestando mucha atención a sus potenciales impactos negativos, y las de captura directa de CO₂ del aire.

Los biocombustibles podrán ayudar a corto y medio plazo, en los sectores más complicados, pero también hay que cuidar mucho sus riesgos.

Ciudades e industria, las dos protagonistas

Todo lo anterior va a tener lugar en dos terrenos de juego, fundamentalmente: las ciudades y la industria.

El proceso de urbanización va a seguir avanzando. Por tanto, es fundamental diseñar bien las estructuras urbanas desde el principio en estas ciudades en expansión, así como rediseñar las existentes de forma que minimicemos el consumo de energía.

En cuanto a la industria, es preciso rescatar la política industrial y la colaboración internacional, porque la descarbonización industrial va a cambiar las cadenas de valor, desplazándolas hacia regiones con abundantes recursos energéticos bajos en CO₂.

Para lograr toda esta transformación hacen falta cambios sistémicos. Hay que cambiar nuestro paradigma de desarrollo hacia uno basado en la sostenibilidad y hay que implantar paquetes de políticas lo más amplios posible con medidas que estimulen la innovación, que cambien comportamientos, que regulen la inversión financiera y que establezcan una gobernanza adecuada del proceso.

Por ejemplo, si queremos reducir las emisiones de los edificios hace falta combinar objetivos de eficiencia, códigos de edificación, instrumentos de información, precios al carbono, asistencia financiera… Si solo planteamos actuaciones parciales, nunca llegaremos a los objetivos.

¿Cuánto va a costar todo esto?

Una de las barreras fundamentales para plantear estas políticas ambiciosas es su coste. El IPCC nos dice que llegar a los objetivos necesarios en 2050 va a suponer una reducción de un 2 % del PIB –que por otra parte aumentará un 100 %–. Esto parece muy asumible, más aún teniendo en cuenta todos los beneficios (no incluidos en la cuenta anterior) de evitar el cambio climático y de reducir la contaminación.

Sin embargo, el informe nos recuerda que habrá perdedores, entre otras cosas porque el impacto será desigual por regiones y sectores. Por tanto, el elemento de justicia es absolutamente central, no solo por sí mismo, sino también para facilitar la transición.

Otra potencial barrera es la financiación. Hará falta aumentar la inversión de 3 a 6 veces con respecto a los niveles actuales, sobre todo en el sector primario y en los países en desarrollo. Lo bueno es que hay suficiente capital y liquidez a nivel global. Pero sigue habiendo muchos problemas para desplegar este dinero y la cooperación internacional es esencial para ello.

El último mensaje importante del informe es que todo esto no puede ser incompatible con seguir trabajando por dar acceso a la energía moderna a los más de 2 000 millones de personas que no la tienen, porque su traducción a emisiones es casi despreciable.

El problema no son los pobres, sino los ricos: el 10 % de los hogares es responsable del 40 % de las emisiones, el 40 % es responsable de otro 45 % y el 50 % de los hogares restantes de un 15 %. Es importante, pues, trasladar el mensaje de responsabilidad común, pero diferenciada no solo entre países, sino también dentro de los países.The Conversation

Pedro Linares, Profesor de Organización Industrial de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería ICAI, Universidad Pontificia Comillas

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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