A principios de marzo, en Panamá, se daba el primer caso de COVID-19 de toda la región centroamericana. A partir de ese momento, las diferentes comarcas indígenas de ese país tomaron la “dura decisión” de cerrar sus fronteras “a todos los extranjeros”, que usualmente visitan los territorios indígenas como turistas.
Con el paso de los días, la etnia Guna Yala tendría que tomar otras decisiones igual de complicadas: cerrar el ingreso a los productos y servicios provenientes de fuera de la comarca y limitar el ingreso de miembros de su etnia que viven en la Ciudad de Panamá. Para el 25 de marzo, la comarca reportó su primer caso.
La Alianza Mesoamericana de Pueblos y Bosques (AMPB), informó que en Costa Rica los Bri Bri, así como otros grupos indígenas de ese país, también optaron por cerrar sus fronteras y limitar la movilidad de sus poblaciones. “Esa ha sido una buena medida, pero no ha podido ser implementada en todos los países de la región”, dijo Levi Sucre, Coordinador de AMPB, y representante de los Bri Bri, debido principalmente a que no todos los pueblos indígenas tienen la misma organización.
Para la totalidad del planeta, el COVID-19 se presentó sin que nadie tuviera idea de qué hacer y de cómo lidiar con él. Incluso, los guías espirituales y sabios indígenas no saben, energéticamente hablando, de dónde surgió y cuál es su objetivo.
En Guatemala los ancianos y guías espirituales han realizado ceremonias de fuego para tratar de entender el origen de esta pandemia, “ya que no está claro por qué surgió y la razón por la que existe”, analizó Carlos Barrios, guía espiritual guatemalteco.
“El aprendizaje que nos deja ya esta pandemia, es que debemos de estar listos ante cualquier eventualidad. No estamos preparados, sobre todo en la producción agrícola”, dice Merry, quien además confirma que la prohibición al ingreso de productos como azúcar, plátanos y café, a la comarca Guna, se hizo de manera deliberada, para “incentivar el regreso a prácticas agrícolas olvidadas”.
Sucre coincide, ya que considera que ahora los pueblos indígenas deben de crear bancos de semillas, rescatar cultivos nativos tradicionales y buscar acceso a tecnología aplicada para la mitigación de esta, y otras futuras pandemias, así como del cambio climático.
En 2014, el medio español ElPaís, publicó un artículo en el que se señaló a Centroamérica como una de las regiones “con mayores problemas de seguridad alimentaria por el cambio climático”. Según el índice global de riesgo de cambio climático calculado de 1990 a 2008 para 176 países, Honduras y Nicaragua aparecieron en el Top-5 de naciones en mayor riesgo.
Y es que, según el mismo artículo, basado en un estudio hecho por el Programa Estado de la Nación, de Costa Rica, el riesgo que se corre es elevado, ya que la crisis climática podría afectar los cultivos de caña de azúcar, yuca, maíz, arroz y trigo, esenciales en la dieta de los más de 44 millones de habitantes del istmo.
Y lo que se busca también, es hacerse responsables de su propia seguridad alimentaria, así como del estado de salud de sus poblaciones. “Hay muchos abuelos que están utilizando la medicina ancestral para mejorar el sistema inmunológico de las personas”, cuenta Barrios. Los Bri Bri, utilizan raíces de plantas como el “Indio desnudo, la caraña y hombre grande, para hacer tés que limpian la sangre”.
Aunque están separados por la geografía, los integrantes de las poblaciones indígenas centroamericanas coinciden en que la propagación de la pandemia del COVID-19 se debe a la mala gestión que el ser humano hace de los recursos naturales.
En la opinión de Sucre, “Los bic (espíritus que habitaban la Tierra antes de los pueblos originarios) están castigando los excesos de la humanidad”, es decir, a la pérdida de biodiversidad, de masa forestal y a la producción de gases de efecto invernadero (CO2), por mencionar algunos.
La crisis provocada por el nuevo coronavirus, debería de ser una oportunidad para que la humanidad replantee el modelo económico actual, por uno más inclusivo y de respeto hacia todas las formas de vida que habitan el planeta. “La gente corre hacia lo que consideran que es éxito, sin darse cuenta que están surcando un camino de muerte”, dice Carlos Barrios.
Los representantes indígenas centroamericanos, afirman que sus pueblos quieren fomentar este cambio, iniciando al interior de sus propias comunidades. En la mayoría de los pueblos, la globalización ha propiciado que muchas de las prácticas, tradiciones y visión ancestral hayan sido dejadas de lado. “Hemos visto la disminución de la actividad local. Antes cada familia tenía de todo para subsistir en sus propios hogares. Por diferentes motivos, fuimos dependiendo de ciertos productos externos”, expresa Anelio Merry, encargado del departamento de comunicación del Congreso General Guna.
Para lograr este cambio, sus decisiones van agarradas de la mano del elemento espiritual ancestral, al que consideran esencial para conseguir este nuevo objetivo. De acuerdo a Barrios, quien aboga por la “recuperación de la autosanación”, hay que fomentar «el pensamiento creativo que nos lidere hace el cambio que el planeta necesita. Sin embargo, las sociedades occidentalizadas desechan esta idea y es por eso que suceden situaciones como las que estamos viviendo”, añade.
La AMPB busca que el movimiento sea global, mediante el diseño y desarrollo de una “estrategia de recuperación post-coronavirus”, que vendría a empoderar la relación entre pueblos indígenas, no solo de la región centroamericana, sino con grupos de “Asia, África y Sudamérica”. La idea es contar con planes que sirvan “para ayudar al desarrollo de la economía de las poblaciones indígenas” y alcanzar la soberanía alimentaria de los pueblos.
Levi Sucre, indígena Bri Bri del Pacífico costarricense, considera que la prioridad de los gobiernos en temas como la pandemia, se enfoca en proteger a las ciudades y grandes centros urbanos, lo que “invisibiliza a las comunidades indígenas”. Las campañas de prevención y de contingencia están concebidas, en un inicio, para ser promovidas principalmente, con las poblaciones urbanas.
“Las campañas deberían de ser diferenciadas”, opina Sucre. Esto porque la visión de cada pueblo es diferente, por lo que hay que tomar en cuenta sus formas de expresión y su organización comunitaria, ya que cada uno de ellos resuelve las situaciones de diferentes maneras.
El grupo étnico Bri Bri, a través de la Red Indígena Bri Bri-Cabecar (RIBCA), realizó una serie de propuestas al gobierno costarricense, para que la información de prevención y contención llegue a sus comunidades. Para ello, “se trabaja de manera conjunta con las autoridades sanitarias, se ha restringido el ingreso de personas ajenas a las comunidades” y se trabaja en la masificación de los materiales de prevención a los idiomas indígenas locales.
La tercera fase de lo propuesto por los Bri Bri se enfocará, cuando sea el momento, en planes de recuperación económica. “Dependemos, al igual que muchas comunidades indígenas de la región, enormemente del turismo”, cuenta Sucre. “Para nosotros, el turismo representa el 70% del ingreso anual de nuestra comarca”, añade Merry.
Pero no todos los pueblos pueden tomar sus propias decisiones en función del bienestar de sus comunidades. Debido a las restricciones impuestas por el gobierno hondureño, las poblaciones de la Miskitía, en el Caribe hondureño, han visto cómo sus actividades cotidianas se han reducido considerablemente, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria de las familias y su capacidad de generación de recursos económicos.
“No se está respetando la idiosincrasia de los pueblos indígenas. El gobierno tiene un plan de alimento, que no llega a los pueblos indígenas”, mencionó Norvin Goff, presidente de MASTA, la máxima representación del Pueblo Indígena Miskitu.
Más grave aún, según Goff, es que se han dado “detenciones indebidas” a los comunitarios, por realizar prácticas “consuetudinarias”, como la pesca, la caza y la agricultura. “Vivimos un abuso de poder de parte de las autoridades y no hay mucho que podamos hacer”, cuenta el líder indígena.
En Guatemala, al igual que su vecino del sur, las poblaciones indígenas no están diferenciadas de las no indígenas, por lo que no se han dado “cierre de fronteras” oficiales. Sin embargo, ha habido algunos reportes de pueblos que, por decisión de los alcaldes municipales o líderes comunitarios, se han aislado del ingreso de personas ajenas a las comunidades.
Además de la falta de preparación mundial para enfrentar una pandemia, lo que el COVID-19 evidencia es la inequidad y desigualdad que se vive en todos los países, tanto desarrollados como en vías de desarrollo.
«Las deficiencias en el acceso a la atención sanitaria, en los derechos laborales y la protección social, entre otros, en los países en desarrollo se han vuelto repentinamente muy evidentes», aseguró Michelle Bachelet, Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.
En Honduras, uno de los países con peores índices de desarrollo humano en todo el continente americano, esta realidad ya ha empezado a hacerse evidente. Las capturas a los comunitarios “está promoviendo la hambruna”, según narra Goff. En Guatemala, el sector turístico, del que muchas poblaciones indígenas y rurales basan su desarrollo económico se ha desplomado, dejando a pueblos enteros sin ingresos. “Ahora estamos a la deriva, en nuestras casas, aislados, sin ingresos económicos, y esto nos afecta a nosotros como guías de turistas, ya que no contamos con otro trabajo, esta es nuestra única fuente de ingresos y no contamos con ayuda del Gobierno”, dijo Juan Xon, guía local k’iche’.
Pero no serán solo los pueblos indígenas quienes sufrirán las consecuencias post-COVID-19. Debido a que son poblaciones más acostumbradas a la autogestión y al trabajo agrícola, su adaptabilidad a un mundo menos consumista podría ser mayor que la de las poblaciones urbanas.
“Las ciudades están vulnerables, porque no se pueden mover como nosotros”, opina Sucre. A ello hay que añadir otros problemáticas que afectan más a los entornos urbanos, como la escasez de agua, la sobrepoblación y la deficiencia en los servicios sanitarios.
Y es por ello, entre otras razones, que las nuevas generaciones deberán de retomar prácticas que hasta hoy se hacían anticuadas, como la empatía. “Ahora no se tiene consciencia de lo ancestral, de la empatía y del sentido de comunidad. Será necesario aprenderlo, ya que nada volverá a ser como fue”, finalizó Barrios.