Elena Ojea, Universidade de Vigo
Los impactos del cambio climático en los océanos ya son evidentes. Las olas de calor en el mar son episodios de temperaturas extremas que ahora se pueden prolongar durante semanas e incluso meses. Con esta duración e intensidad, exponen a las especies y ecosistemas marinos a condiciones que sobrepasan sus límites de tolerancia.
Ahora sabemos que estos eventos de calor extremo están provocados por el cambio climático de origen antropogénico. También sabemos que las olas de calor se van a intensificar en el futuro, llevando a diferentes hábitats marinos a cambios irreversibles o al colapso. Así lo recoge el sexto informe del IPCC que publica estos días la síntesis de evidencia científica sobre impactos y adaptación.
Los arrecifes de coral, los bosques de macroalgas y las praderas marinas tienen los mayores niveles de riesgo. El riesgo para estos hábitats es alto incluso logrando un aumento global de la temperatura de 1,5 grados, que supondría contener las emisiones para cumplir el Acuerdo de París.
Si se supera el grado y medio, ahora sabemos que muchos arrecifes de coral, bosques y praderas submarinas van a alcanzar cambios irreversibles a mediados de este siglo.
Las adaptaciones para estos casos están limitadas, pues las medidas basadas en la restauración y conservación de ecosistemas pierden efectividad en los escenarios de altas emisiones.
Se trata además de sistemas marinos con numerosos servicios ecosistémicos asociados, como la provisión de alimento, la regulación de inundaciones o las actividades recreativas. Su pérdida y detrimento impactará en las poblaciones humanas más vulnerables y afectará a sectores como el turismo o la pesca.
En el caso del aumento del nivel del mar, los riesgos asociados para los ecosistemas y para la población van a multiplicarse por diez antes de fin de siglo si no se logra contener el aumento global de temperatura en 1 grado y medio. De lograrse, las medidas de adaptación basadas en la naturaleza, como la restauración de dunas, humedales y manglares son efectivas reduciendo impactos.
Sin embargo, con aumentos superiores de la temperatura media global, van a ser necesarias intervenciones con nuevas infraestructuras costeras, migración asistida de especies marinas y migraciones o relocalización de poblaciones costeras. Estas intervenciones tienen importantes riesgos e incertidumbres asociadas.
La evidencia científica demuestra que ya se está respondiendo a los impactos del cambio climático en los sistemas marinos, pero no es suficiente.
Los escenarios futuros de altas emisiones van a requerir que la adaptación vaya un paso más allá y sea transformativa. Hablamos de transformación para referirnos a cambios estructurales que afectan a las instituciones, a los sistemas de gobernanza o a la economía.
Si no nos adentramos en estos cambios transformadores donde se reinventan las instituciones, el resultado que se espera es un aumento de las desigualdades entre regiones, una disminución de la equidad social y un aumento de los conflictos entre jurisdicciones marinas. Ejemplos de estas transformaciones son la gestión basada en los ecosistemas, las redes de áreas marinas resilientes al cambio climático o la gobernanza transnacional, participativa e inclusiva de los océanos.
Una de las conclusiones más claras del capítulo sobre océanos del último informe del IPCC es la necesidad de combinar medidas de adaptación con una ambiciosa mitigación, si queremos reducir impactos de forma significativa.
Las soluciones basadas en la naturaleza consisten en restaurar o conservar hábitats y ecosistemas naturales para mantener o recuperar sus servicios ecosistémicos. Por ejemplo, un humedal costero cumple, entre otras, la función de regulación de inundaciones. A su vez, estos ecosistemas, si se mantienen en buen estado de conservación funcionan como sumideros de carbono.
Para las comunidades costeras, los humedales, además, podrían seguir produciendo otros servicios como la pesca y recolección de alimentos, o beneficios culturales, permitiendo mantener las formas de vida y el conocimiento ecológico local y tradicional.
El cambio climático, sin embargo, compromete la efectividad a medio y largo plazo de algunas de estas adaptaciones. La conservación y restauración de arrecifes de coral no será suficiente para proteger estos ecosistemas más allá de 2030, ni la protección de manglares más allá de 2040 si no se toman medidas contundentes de mitigación.
Existen motivos para ver el futuro con cierto optimismo. En el informe se incluye una síntesis con evidencia científica acerca de los beneficios y riesgos de escoger una ruta u otra de desarrollo. Es lo que llamamos vías de desarrollo resiliente al clima.
Existen ejemplos de soluciones basadas en la naturaleza que por su diseño y desarrollo consiguen disminuir desigualdades sociales. Se trata de medidas que incorporan procesos de toma de decisiones justos e inclusivos y contribuyen a los cambios transformativos de gobernanza regional e internacional.
Estamos en un punto de inflexión para los océanos y sus servicios ecosistémicos, donde un giro de timón permitiría seguir un camino más sostenible. Este camino supone cambios transformativos en nuestra respuesta al cambio climático, la disminución de vulnerabilidades sociales, la restauración y conservación de hábitats marinos y costeros, y la disminución eficiente de las emisiones de gases de efecto invernadero.
De esta forma, los océanos pueden contribuir significativamente a lograr los objetivos de desarrollo sostenible.
Elena Ojea, Investigadora del Future Oceans Lab (CIM), Universidade de Vigo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.