Para los guatemaltecos la palabra ‘chinchin’ es sinónimo de alegría. Hecho a partir de la cáscara del morro (Crescentia Alata), es la versión guatemalteca de las maracas. Esta y otras artesanías, como platos, llaveros, aretes y alcancías se fabrican con este fruto.
Rabinal es la cuna de estas artesanías. Sin embargo, el crecimiento urbano en este municipio de Baja Verapaz, hace más difícil la fabricación de estos productos. «Cada vez hay menos árboles en el pueblo, lo que nos obliga a ir más lejos para conseguir los frutos que usamos», dice Mari Pérez, mientras talla manualmente una de estas pequeñas piezas de orfebrería.
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Es un árbol silvestre de entre 8 y 14 metros de altura. Puede alcanzar un diámetro de hasta 25 cm. Crece en climas semitropicales y tropicales y se encuentra desde el sur de México hasta el sur de Costa Rica. Este árbol no requiere de riego y puede crecer sin la intervención humana.
Cuastecomate, totuma, calabazo y morro. Esas son las maneras en que se le conoce a esta fruta. Su pulpa es un excelente alimento para el ganado. También se usa como un excelente remedio contra enfermedades respiratorias. La semilla es comestible y se usa para hacer un fresco parecido a la horchata.
Mari Pérez, junto a sus hijas, remueven toda la pulpa de los frutos. Estos se ponen a secar y luego son recubiertos con hollín de carbón y una masa proveniente del insecto del Nij. Luego son tallados a mano. Cada diseño es único y es una visión de vida de cada artesano. Ninguna pieza tiene los mismos diseños.
Según el libro sagrado de los mayas, el Popol Wuj, el morro fue esencial para la creación de la especie humana. Este árbol contenía el espíritu de los gemelos Hun-Hunahpú y Vucub-Hunahpú. Estos, al ver llegar a la doncella Ixquic, le cubrieron su mano con saliva y con ello quedó preñada. Después de escapar de Xibalbá, dio a luz a Hunapú e Ixbalanqué quienes, eventualmente, se convirtieron en el Sol y la Luna.
«El morro da la vida, da fuerza y valor y en este fruto nos conservamos. En él está el corazón de nuestro pueblo», dice Anselmo Ismalej, artesano del morro. «El arte no puede desaparecer. Un chinchín, un guacal, una alcancía. Ya sea como una reliquia o un recuerdo. Rabinal no puede apagar su arte. Si algún día llega a desaparece eso, significará que no queremos a Rabinal».