La identidad arrebatada y la lucha por recuperarla a partir de la unidad y la solidaridad

Historia por: Jorge Rodríguez Fotografía por: Jorge Rodríguez Lun 23, Ene 2023

Comprender la identidad y los motivos que mueven a las otras personas para ser y hacer lo que los define como individuos, es el reto más difícil para cualquier ser humano. La comprensión, sin embargo no es un requisito para el respeto de la individualidad, pero sí lo es la empatía, porque, sin importar quiénes somos y cómo regimos nuestras vidas desde lo espiritual, económico y social, lo cierto es que esa es una lucha que cada uno de nosotros vivimos día a día.

Ese es el caso particular de los descendientes del pueblo Nahua-Pipil de El Salvador, el pueblo originario más importante de este pequeño país centroamericano. En 1932, específicamente el 22 de enero, las mujeres nahua-pipil y otros grupos indígenas de diferentes comunidades de El Salvador, como Izalco, un pueblo al occidente del país, fueron testigo de cómo sus esposos, hermanos e incluso hijos mayores de 12 años, eran asesinados a manos del ejército salvadoreño, debido a la resistencia que opusieron para no entregar sus tierras.

De acuerdo al estudio Nota técnica sobre cuestiones de pueblos indígenas, publicado en 2017 por el Centro para la Autonomía y Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CADPI) y actualizado por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), en 1551, el número de habitantes indígenas era de 50,059 (99,2% del total de la población), cifra que para el año 1940 llegó a 375,196 (20% del total). A pesar de un incremento en el número de habitantes, el porcentaje descendió al punto que para 2010, según datos del último censo poblacional realizado en El Salvador, solamente el 0.23% (14,408 de 6,218,000) se autoidentificaba como indígena.

“Más allá del exterminio físico, lo que más nos ha afectado ha sido el exterminio de nuestros saberes ancestrales y la división de los pueblos”, se lamentó Gloria Anaya, integrante de la Federación de los Pueblos del Sur y del Consejo Ancestral de los Comunes de los Territorios Indígenas (CACTI).

Representación pictórica de la artista Laura Rodríguez, de soldados del ejército salvadoreño sobre una pancarta de la Alcaldía del Común, en Izalco, El Salvador. Foto: Jorge Rodriguez/Viatori

Las nuevas generaciones y la búsqueda de la unidad

“Los seres humanos no nacen para siempre el día que sus madres los alumbran: la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez, a modelarse, a transformarse, a interrogarse (a veces sin respuesta) a preguntarse para qué diablos han llegado a la tierra y qué deben hacer en ella”, dijo el escritor colombiano Gabriel García Marquez acerca de la búsqueda de la identidad personal.

Y es que la reconstrucción de una identidad propia, como individuos y comunidades, pasa primero por detectar el orígen de los problemas, para luego descubrir los rasgos culturales y espirituales que nos definen y aprender a manifestarlos sin temor a represalias.

En el caso de los pueblos indígenas de El Salvador, la génesis de su decadencia está en las acciones emprendidas por su propio gobierno desde hace casi 200 años. Lejos de mantenerse en el olvido (se estima que menos de 100 personas hablan el idioma Nahuat) provocado por “el hambre y la invisibilización”, la idea de las nuevas generaciones de descendientes de los Nahua-Pipil y otros grupos indígenas del país, es la de mantener vivo su legado mediante una lucha por el reconocimiento estatal.

“En 2009, pudimos lograr que en la Constitución se nos reconociera, en el Artículo 63, como pueblos originarios. Sin embargo, eso se quedó en el papel y no se tradujo en políticas reales a favor de los pueblos, presupuestos para la mejora en sus condiciones de vida y, sobretodo, las empresas transnacionales y la oligarquía salvadoreña, continuaron con su esquema de explotación de nuestros recursos”, dijo Anaya.

Lo ocurrido en 1932, es también motivo de orgullo para las generaciones que han sucedido en el tiempo. Si bien no tuvieron la oportunidad de manifestarse libremente, de acuerdo con Mateo Latin, reconocido como Alcalde del Común de Izalco, si lograron mantener viva su cultura en el día a día. “La espiritualidad que llevamos en nuestra sangre, nos ha ayudado a mantener viva esa herencia cultural que nos dejaron nuestros ancestros”, dijo.

Para las nuevas generaciones, particularmente a las mujeres indígenas salvadoreñas, para buscar evitar que el legado Nahua-Pipil desaparezca por completo, es esencial continuar la lucha por recuperar su patrimonio histórico, incluyendo los territorios que les fueron arrebatados hace 91 años, tomando como inspiración los sacrificios hechos en el pasado. “Los abuelos y las abuelas prefieron ser asesinados antes que resignarse a vivir esclavos en estas tierras. Nuestra lucha es un homenaje a esas acciones heroícas de nuestros ancestros”, añadió Anaya.

El 21 de enero de 2023, pobladores de Izalco, al occidente de San Salvador, realizaron una caminata para recordar a sus ancestros asesinados durante la Matanza de 1932 que se cobró la vida de 30 mil indígenas Nahua-Pipiles. Foto: Jorge Rodriguez/Viatori

Resistencia, la ruta hacia la recuperación de la memoria

En 1832, el pueblo de los Nonualcos fue el primero en rebelarse contra las disposiciones gubernamentales para apropiarse de sus tierras. Esta revuelta indígena terminó bajo una gran represión y el asesinato de su líder, Anastasio Aquino.

Lo mismo ocurrió en 1837, cuando los indígenas de la ciudad de Cojutepeque en el departamento de Cuscatlan en 1837 también se levantaron en contra de las disposiciones gubernamentales. La represión estatal ayudó a asentar el modelo socio-económico que aún persiste en El Salvador: los indígenas pasaron de ser dueños de tierras comunitarias a convertirse en asalariados cosechando productos de exportación.

En 1932, un siglo después de estos levantamientos indígenas, se consumó la matanza de Izalco, que no solo dejó un saldo de más de 30 mil hombres indígenas, sino que obligó a familias enteras a resguardarse en Guatemala y Honduras, según el documento El Salvador: Memoria histórica y organización indígena.

La sanación, al menos el camino que han emprendido en El Salvador, pasa, entre otras acciones políticas y de resistencia pacífica, por pedir el apoyo de otros pueblos que han vivido una experiencia de acoso y exclusión estatal sistemática. El CACTI y la Alcaldía del Común de Izalco, una forma de gobierno indígena reconocida en El Salvador, convocaron a un encuentro entre representantes de diferentes pueblos originarios de Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, para sentar las bases de un nuevo Consejo de Pueblos Originarios de Centroamérica.

“Para la construcción de nuevas identidades y de una cultura de paz sin fronteras mediante el diálogo, queremos llegar a un consenso [entre los pueblos] para definir una agenda trinacional en común”, dijo Marcelo Vicente, de la Asociación de Sacerdotes Mayas de Guatemala.

El apoyo mostrado por los pueblos originarios guatemaltecos y hondureños es de gran valor para los salvadoreños, así como las buenas intenciones y los acuerdos que se lograron alcanzar durante la conmemoración de la Masacre de 1932, pero aún existen grandes amenazas para la consecución de sus objetivos a corto, mediano y largo plazo.

identidad

Guías espirituales de Guatemala, Honduras y Costa Rica, se unieron para apoyar la lucha de los pueblos originarios de El Salvador por recuperar su identidad y memoria histórica. Foto: Jorge Rodriguez/Viatori

“Sabemos que hay muchos retos por superar. [Por ejemplo] existe la creencia que el machismo es consecuencia de las enseñanzas ancestrales. Hay muchos mitos que debemos de suprimir, porque nuestros abuelos y abuelas estaban convencidos que la vida y el desarrollo no podían existir sin una dualidad, sin lo femenino y lo masculino”, comentó Anaya.

Los valores que desean transmitir, además de la lucha política y social por lograr el reconocimiento de sus derechos como pueblos originarios, son aquellos como la armonía, la complementariedad, el apoyo mutuo y la solidaridad que heredaron de sus ancestros.

×
>