En el desierto la naturaleza siempre da señales de vida

Historia por: Jorge Rodríguez Fotografía por: Patrick Hendry/Unsplash Dom 19, Nov 2023
  • 77 familias dueñas de 21 mil hectáreas del desierto de Sonora, se enfrentaron a una de las fortunas más poderosas de México, con el objetivo de expulsar a una empresa minera y proteger a la vida que habita en su territorio.
  • A pesar de contar con 67 resoluciones judiciales a su favor, la gente del Ejido El Bajío aún lucha por lograr que la empresa minera cumpla con lo dictaminado por la ley.
  • Con un espíritu ancestral dedicado a la protección de la naturaleza, estos campesinos enseñan al mundo que la unión del pueblo puede ser suficiente para enfrentar a los grandes poderes económicos del planeta.

Simplificando el concepto, se podría definir a la nada como la ausencia total de todo, incluida la consciencia. Podríamos incluso considerar un desierto como una excelente representación de la nada, la falta de todo. 

Sin embargo, al agregar datos concretos, como el hecho de que en la mitad de México, que abarca 101.5 millones de hectáreas, predominan los ecosistemas áridos y desérticos con hasta 6 mil especies de plantas, se podría inferir de manera simplificada que la nada es realmente la ausencia de información. 

Bartolo Pacheco, uno de los 77 ejidatarios dueños de 21,039 hectáreas en el desierto El Altar, al norte de México, comparte su experiencia mientras busca un camaleón de cola ancha endémico de la zona. Originario del estado de Oaxaca y miembro del grupo indígena Mixteco, Pacheco siente una profunda conexión con la naturaleza basada en creencias y conocimientos ancestrales heredados. 

Para los propietarios del Ejido El Bajío, la mayoría también originarios de Oaxaca, la migración ha sido una práctica ancestral. “Los mixtecos solo se reconocen como tales cuando están fuera de su lugar de origen. Los migrantes mantienen su sentido de pertenencia mediante el contacto constante con su comunidad, permitiéndoles contribuir al desarrollo y preservar sus creencias y valores culturales”, dijo la doctora Dubranka Mindek en su publicación de 2003 Mixtecos. Pueblos indígenas del México contemporáneo. 

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Bartolo Pacheco, originario del estado de Oaxaca y miembro del grupo indígena Mixteco, camina entre sahuaros y choyas en busca de reptiles y otros animales que habitan el desierto de El Bajío. Foto: Jorge Rodriguez/Viatori

El éxodo mixteco y la expansión de su cosmovisión 

En su investigación, Mindek destaca el papel social y cultural que desempeña el mixteco migrante contemporáneo en la cosmovisión del cuarto grupo indígena más grande de México. Incluso, en algunas comunidades ser mixteco se vincula directamente con la migración. 

Mindek también señala que los mixtecos no solo se identifican con su etnia, sino que tienen una inclinación natural a integrarse en las comunidades donde residen. Por lo tanto, no es sorprendente la firme reacción de Pacheco y otros ejidatarios al enterarse de que la empresa minera Penmont no solo había decidido explotar la zona de El Bajío en busca de oro y plata de manera arbitraria y unilateral, sino que también planeaba despojar de sus tierras a los demás ejidatarios. 

“Nos aseguraron que no habría contaminación, que el cianuro no causaría problemas. Incluso prometieron trasladar los árboles y arbustos. Yo trabajé con una empresa contratista que hacía eso, pero al final, todo se seca y muere”, relató Pacheco. “Así que decidimos involucrarnos porque no queremos que continúen dañando nuestro territorio y, sobre todo, para proteger a los animales que habitan aquí”, añadió. 

Joaquín Sánchez es un ejidatario que sufre las consecuencias de estar expuesto a los químicos usados por la minera para extraer oro y plata. Foto: Jorge Rodríguez/Viatori

Para 77 familias de El Bajío, involucrarse se tradujo en emprender una lucha legal en contra de Penmont por el despojo y daño ambiental que la empresa minera causó en su territorio. En 2014 se dio la primera de 67 sentencias que el Tribunal Unitario Agrario (TUA) resolvió a favor de la restitución de los daños provocados por las actividades de extracción minera. 

Sin embargo, a pesar de que han transcurrido casi diez años, ninguna de esas sentencias ha sido cumplida; por el contrario, los ejidatarios han enfrentado amenazas, intimidación y violencia desde entonces. Doce campesinos, incluyendo a Pacheco y su hermano, Erasmo Santiago, fueron encarcelados de manera arbitraria. En 2018, una pareja de esposos fue asesinada y la mujer aún está reportada como desaparecida. Luego, en 2021 fueron asesinados el expresidente ejidal y su esposa, en el cuerpo del expresidente dejaron un cartón con los nombres de los nueve ejidatarios que encabezan la lucha

Incluso con todos estos desafíos, el compromiso de convertir esta zona en un santuario de vida natural persiste. “Aquí compartimos el espacio con los animales. Incluso les proporcionamos abrevaderos a los venados (berrendos) durante el calor. Las ardillas a veces se acercan, y todos ellos son hermosos. No estamos dispuestos a permitir que una empresa, con su maquinaria, destruya su hábitat. Estamos decididos a protegerlos”, afirmó Pacheco. 

Área Destinada Voluntariamente a la Conservación 

Antes de la llegada de los españoles en 1520, el pueblo mixteco se autodenominaba Ñuu Savi, que se traduce como “Pueblo de la lluvia”. En la actualidad, realizan rituales cada 25 de abril y 3 de marzo para solicitar lluvias y buenas cosechas. Margarita López, ejidataria y esposa de Santiago, quien ha estado involucrada en la resistencia contra la minera desde el principio, comparte: “Nosotros, mi hija y yo, hacemos peticiones porque no ha llovido durante mucho tiempo”. 

Debido al incumplimiento de Penmont con el Ejido El Bajío, los ejidatarios realizaron dos viajes a Londres, capital del Reino Unido, para hacer un llamado internacional por la falta de cumplimiento de las sentencias del TUA y las presiones mediáticas en México. 

Otra medida tomada fue la de buscar la conversión de El Bajío en un Área Destinada Voluntariamente a la Conservación (ADVC), un régimen especial que permite a las comunidades dedicar sus territorios a la conservación ambiental de manera voluntaria. 

En agosto, Federico Godínez, ingeniero agrónomo mexicano y exdirector de la Reserva de la Biósfera del Pinacate y el Gran Desierto El Altar, entregó a Pacheco y otros ejidatarios un certificado que reconoce 2,460 hectáreas del ejido como un ADVC por los próximos 15 años.  

Federico Godínez, ingeniero agrónomo que apoya la lucha por la conservación de El Bajío, entrega el documento que certifica la conversión de 2,460 hectáreas como una zona de Área Destinada Voluntariamente a la Conservación. Foto: Giuliano Salvatore/Ejido El Bajío

La especie emblema de este esfuerzo es el berrendo sonorense (Antilocapra americana sonoriensis), una subespecie endémica que se distribuye en el desierto de Sonora, México, y el estado de Arizona en los Estados Unidos. Según Godínez, los berrendos en El Bajío eran “casi inexistentes” hace once años, pero después del cese de las actividades mineras y de las acciones de los ejidatarios, ahora se contabilizan hasta 150 individuos dentro del territorio. 

“Tenemos varios abrevaderos para los venados y estamos atentos para evitar que personas ajenas al ejido ingresen al territorio. Incluso, la cacería está prohibida”, señaló Pacheco como algunas de las medidas que realizan para apoyar la subsistencia de la vida silvestre dentro del ejido. 

Cooperación entre organismos 

La noción de que la supervivencia de los organismos en el desierto se debe exclusivamente a la adaptación de las especies podría cuestionarse, según revela un boletín publicado en 2019 por el Instituto de Ecología de la Universidad Autónoma de México (UNAM), donde el doctor Alfonso Valiente-Banuet sugiere que la desertificación del planeta es un fenómeno relativamente reciente en términos geológicos, con apenas cuatro millones de años. 

“Muchos de los elementos que actualmente habitan las zonas áridas y semiáridas provienen de entornos más húmedos y no necesariamente están adaptados a vivir en estas condiciones. Se dan diversas interacciones de cooperación entre organismos, es decir, colaboran para sobrevivir y reproducirse”. 

Un ejemplo de lo que las acciones colaborativas alcanzan en el desarrollo de la vida en el desierto se dio en el año 2002, cuando una inusual sequía afectó a la mitad del territorio de Estados Unidos, teniendo un impacto crítico en la población del berrendo sonorense en Arizona, donde aproximadamente solo 20 individuos lograron sobrevivir. 

Dos años después, se implementó un programa binacional colaborativo entre México y Estados Unidos, para la recuperación del berrendo sonorense en Arizona. Mediante un programa de cría, en el que el país prestó siete individuos que ayudaron a la repoblación de la especie al norte de la frontera, se logró elevar el número de individuos de 21 en 2002 a 490 en 2016. En todo México, incluyendo El Bajío, la población pasó de alrededor de 270 individuos en 2004 a 800 en 2019. 

A una escala más local, la resistencia de personas como Pacheco, Santiago, su esposa Maggy, Joaquín Sánchez y todos los ejidatarios contra la actividad minera en su territorio ha sido de beneficio significativo para las diversas especies de animales y plantas que habitan el desierto. “Contra un capital tan grande como el de la empresa, lo que hemos demostrado es que cuando la gente se une, cosas increíbles suceden”, afirmó Sánchez. 

Además del berrendo, las 18 mil hectáreas de desierto que no fueron afectadas por la minería son ricas en endemismos de reptiles como el camaleón de cola plana (Phrynosoma mcallii), la cascabel tigre (Crotalus tigris) y otros mamíferos como el borrego cimarrón (Ovis canadensis).

Erasmo Santiago es uno de 12 ejidatarios que fueron encarcelados por defender su territorio en contra de la minera Penmont. «Provenimos de una counidad humilde donde se respeta toda forma de vida», dijo. Foto: Jorge Rodriguez/Viatori

La responsabilidad de la vida 

Los ejidatarios de El Bajío están firmemente convencidos de que la preservación ambiental es el camino más adecuado para el desarrollo de su territorio, conscientes de que los recursos económicos para llevar a cabo esta tarea son limitados. “Provenimos de una comunidad humilde donde se respeta toda forma de vida: el agua, los árboles y los animales. Nuestra cultura se basa en conservar todo lo que existe en la Tierra”, comentó Santiago. 

Aunque han logrado avances significativos en su lucha, como resoluciones legales a su favor y la interrupción de las actividades mineras, el desafío actual radica en implementar acciones que les proporcionen los recursos financieros necesarios para llevar a cabo el trabajo de protección durante los próximos 15 años. 

Como parte de sus planes a corto plazo, consideran la posibilidad de establecer recorridos turísticos tipo safari, permitiendo que cualquier persona experimente de cerca la vida en el desierto. 

No obstante, Pacheco menciona que esperan el apoyo de la Comisión Nacional de Áreas Protegidas (CONANP), la entidad que les otorgó la certificación como ADVC, en términos de conocimiento y capacitación. Esto les permitiría gestionar de manera más efectiva una zona natural protegida y mostrar al mundo la biodiversidad única que habita en este ecosistema inhóspito y peculiar. 

En el centro de actividades de extracción de la mina, el artista visual Miguel Fernández de Castro colocó una placa en la que se lee que «entre 2010 y 2013, la minera Penmont extrajo de manera ilegal 236,709 oz de oro y tendriá un valor de 436 millones de dólares». Foto: Jorge Rodriguez/Viatori

“Cuando uno escucha la palabra desierto, uno piensa que no hay nada, pero la misma naturaleza da su señal de vida. Hay halcones, gavilanes, zopilotes, cuervos. Por eso decimos que la mina es muerte y el desierto es vida”, concluyó.

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