México, Guatemala y Belice colaboran para la protección del jaguar (Phantera onca), mediante programas de conservación que traspasan las fronteras de los tres países. Una vez considerado como el rey de la Selva Maya, hoy su poderío ha disminuido debido a la reducción de su hábitat, la falta de presas y sus enfrentamientos con los humanos.
Estudiar el comportamiento de la vida silvestre en ecosistemas tan hostiles como la selva tropical de Guatemala es un reto constante que los conservacionistas han ido sorteando con la llegada de las nuevas tecnologías, como las cámaras trampa, la información satelital y los rastreadores GPS.
Gracias a estas herramientas, en 2005 se inició un proceso de monitoreo en el norte de Petén, Guatemala, para conocer la densidad de jaguares dentro de la Reserva de la Biosfera Maya (RBM). “Después de 11 diferentes evaluaciones, habíamos obtenido estimaciones desde seis hasta 11 jaguares por cada 100 km2. Sin embargo, esto era erróneo debido a que estos estudios no se habían realizado de manera correcta. Finalmente, en 2013, se realizó el último estudio, que se publicó en 2018, y arrojó una estimación más acertada: 1.5 jaguares por cada 100 km2”, dijo Rony García, director de Investigaciones Biológicas de la WCS en Guatemala.
Los jaguares, como toda la vida silvestre del planeta, dependen de ciertos tipos de presas para alimentarse y proveer para sus crías. La dieta de este felino, el más grande de Latinoamérica, incluye ciervos, jóvenes tapires, pécaris, así como roedores de pequeño tamaño, lagartos y culebras, caimanes, tortugas de agua y sus huevos, anfibios, monos y peces.
Sin embargo, los constantes fuegos, la tala inmoderada provoca que el hábitat del jaguar, y el resto de especies de las que depende, se reduzca de manera alarmante.
La relevancia del jaguar, tanto cultural como biológicamente, no se limita a las fronteras de Guatemala. En Belice se dan grandes esfuerzos por preservar las zonas en donde este se moviliza y el gobierno de ese país anunció, en 2019, la creación del Corredor Biológico Maya, con el objetivo de unir las Montañas Mayas con los Bosques Mayas.
Apoyados por el Ministerio de Ambiente beliceño, existe un programa de protección del jaguar y su hábitat, liderado por el biólogo holandés Bart Harmsen, que, sin embargo, también sufre a consecuencia de la deforestación y la construcción de una carretera que atraviesa las áreas protegidas. Esta ruta interrumpirá la conectividad de las áreas naturales y ha reducido al corredor a unos “ocho o nueve kilómetros de ancho”.
“Es necesaria la creación de mecanismos que permitan el intercambio de información entre los países. Hay un movimiento constante de especies que atraviesan las fronteras, pero eso no se ha traducido en una colaboración continua por parte de los investigadores”, dice Harmsen.
Belice, por su tamaño y la baja densidad de poblaciones humanas dentro de las áreas protegidas, es el país con el mayor número de jaguares, entre 800 y 1400 jaguares en todo su territorio. Harmsen estima que solo en la Reserva Natural de Cockscomb podría haber entre de 500 a 700, gracias a que los jaguares tienen acceso abundante a agua y presas vitales en su dieta.
“Cockscomb es la zona con mayor registro continuo de información. Hay una buena cantidad de jaguares, con una tasa de sobrevivencia elevada”, menciona. La clave de esto es que las montañas mayas no han sufrido sequías importantes, lo que beneficia a la vida silvestre que habita la zona.
El sur de México, en Calakmul, es la otra pata de esta mesa. Si dentro de la RBM se sufre a consecuencia de la destrucción de los hábitats naturales por parte del ser humano, los efectos del cambio climático se han hecho sentir fuertemente en esta zona del país norteamericano.
En 2019 se registró el “peor año para los tapires en Calakmul”, según Rafael Reyna, investigador del Colegio de la Frontera Sur, en México. Esto, evidentemente, afecta de manera directa a las poblaciones de jaguares.
De acuerdo al investigador mexicano, las extensas sequías han afectado a las aguadas naturales dentro de la selva, que son bebederos a los que acuden todas las especies silvestres que la habitan. “Los tapires han salido deshidratados y malnutridos”, cuenta Reyna.
Al igual que en otras aguadas, como las de Nachtún, en Petén, se han dado situaciones en las que “enemigos naturales”, como los jaguares, tapires y pecaríes de labios blancos, han sido vistos compartiendo espacio en los bebederos que aún quedan disponibles.
En recientes estimaciones acerca de las poblaciones de jaguares en el sur de México, se calcula que solo en la península de Yucatán, la población del jaguar ha aumentado en un 10% (Calakmul hay 900 ejemplares, distribuidos en 7,000 km2). Para sumar a los esfuerzos de conservación, en 2018 se logró la creación del Día Internacional del Jaguar, con la idea de generar conciencia acerca de la importancia de esta especie.
Para la vida silvestre no existen fronteras, por lo que viajan de un país al otro sin considerar las divisiones territoriales de los países. Por ello, es clave que se de un intercambio de información y se generen estrategias conjuntas que vayan en beneficio de las diferentes especies que habitan la selva.
Sin embargo, a pesar de la disposición de investigadores y poblaciones locales, estos intercambios no se dan de la mejor manera. “El sistema financiero por el cual las organizaciones obtienen sus fondos es una de las mayores dificultades para dicho intercambio”, se lamenta Bart Harmsen, quien añade que “las barreras políticas e idiomáticas” también pueden representar un obstáculo.
Pero existen “intercambios casuales”, cuenta Hernández, de WCS Guatemala, que pueden servir de base para que en “uno o dos años”, se creen programas formales de investigación conjunta.