Sara Villén Pérez, Universidad de Alcalá; David Palomino Nantón, Universidad de Alcalá y Luis M. Carrascal, Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC)
Las aves que observamos más a menudo hoy en día podrían ser diferentes de las que veamos dentro de unas pocas décadas.
El clima está cambiando, y se prevé que continúe haciéndolo en el futuro. Algunas especies tendrán que desplazarse si quieren seguir disfrutando del mismo clima que en la actualidad. Pero las zonas que tendrán unas condiciones idóneas podrían no disponer de su hábitat preferido, empujándolas a una difícil decisión.
Además, algunas se enfrentan a otras amenazas como la intensificación agraria, la contaminación por pesticidas, el abandono de los usos tradicionales del suelo o el desarrollo de campos eólicos. Estas amenazas podrían sumarse a la del clima, poniéndolas en aprietos. Afortunadamente, existen herramientas como los espacios protegidos que pueden ayudar a amortiguar estos impactos.
Así, el cambio climático, la disponibilidad de hábitat y la protección frente a otras amenazas podrían determinar cuáles serán las aves más comunes en el futuro. También dónde las encontraremos.
Acabamos de publicar un libro en el que analizamos estas tendencias y predecimos el devenir de 68 especies comunes en la España peninsular para mediados de siglo XXI.
Las aves en España están respondiendo al cambio climático de forma variada. En los últimos veinte años, algunas especies se han visto favorecidas y otras perjudicadas por el calentamiento global.
El cistícola buitrón, la curruca cabecinegra y el verderón común comparten la preferencia por los ambientes cálidos. Es probable que esto sea la causa del aumento en su abundancia registrado en las últimas décadas. Además, las predicciones postulan que continuarán expandiéndose en el futuro, siendo algunas de las beneficiadas por el cambio climático.
Por el contrario, la alondra común prefiere el fresco de la montaña. En la época reproductora nidifica en pastizales, prados de siega o páramos por encima de los 1 500 m de altitud. Pero el calentamiento global empeorará el clima de las parameras donde hoy en día es más abundante. Por tanto, tendrá que conformarse con condiciones climáticas subóptimas que harán que sus poblaciones sean menos numerosas.
El carbonero garrapinos también prefiere los ambientes frescos de los bosques de montaña. Como para la alondra, los modelos predicen que el clima reducirá sus poblaciones. Sin embargo, los registros de SEO/BirdLife desde 1998 indican lo contrario: sus poblaciones han ido aumentando poco a poco desde entonces.
Paradójicamente, su salvación puede estar muy relacionada con el ser humano. Como sugiere su nombre, el garrapinos habita principalmente en bosques de coníferas. Por ello, el aumento de la superficie forestal registrada en España a causa del abandono rural podría estar compensando las limitaciones impuestas por el clima.
De hecho, el carbonero garrapinos no es la única especie afortunada. Otras aves forestales como el pico picapinos, el arrendajo euroasiático, el mosquitero papialbo, la curruca capirotada, el reyezuelo listado, el trepador azul, el zorzal común y el zorzal charlo podrían correr la misma suerte. Mientras que el calentamiento global hará más difícil su supervivencia, el aumento de sus hábitats preferidos jugará a su favor.
Para predecir el impacto del cambio climático sobre las aves necesitamos conocer qué condiciones de temperatura y precipitación son sus preferidas. Para estudiar y modelizar las preferencias de las especies, observamos dónde son más abundantes actualmente.
En este caso contamos con los datos de campo recogidos por cientos de observadores voluntarios que colaboran en el programa SACRE de SEO/BirdLife. Sus registros han permitido estudiar la tendencia de las aves comunes reproductoras en España, año tras año, desde 1998.
Gracias a este tipo de datos, sabemos que el abejaruco europeo y la golondrina común son más abundantes en zonas cálidas y secas. Y que el pico picapinos prefiere las regiones más frescas y húmedas.
Además, sabemos que la curruca rabilarga selecciona las zonas arbustivas. Y que las mayores abundancias del cistícola buitrón se dan en carrizales, juncales y campos de cereal.
Para predecir cómo se enfrentarán las especies al cambio climático, utilizamos modelos matemáticos. Con ellos relacionamos la abundancia de cada especie con la temperatura y la precipitación registrada en cada lugar. Después, utilizamos esos modelos para predecir cuál será la abundancia de la especie en el clima futuro. Así podemos saber si se espera un aumento o reducción de sus poblaciones y dónde ocurrirán estos cambios.
Existen algunas estrategias que pueden ayudar a conservar las especies de aves que se verán más afectadas por el cambio climático.
Por un lado, se puede favorecer el desarrollo o mantenimiento de ciertos tipos de hábitat en lugares que beneficien a varias especies. Por ejemplo, los pastizales de altitud favorecerán la supervivencia de la alondra en sus refugios climáticos de los sistemas Central y Bético. La disponibilidad de estos espacios podría así compensar el efecto negativo del cambio climático.
Otra estrategia es diseñar espacios protegidos dirigidos a preservar las aves del mañana. Algunas de las regiones que serán especialmente importantes para conservar las aves en el futuro se encuentran poco protegidas. Un ejemplo es Galicia, que se convertirá en el refugio climático de algunas especies en declive como la corneja negra, que cuenta con hábitat adecuado pero poco protegido.
En el libro mostramos la responsabilidad que tendrá cada comunidad autónoma en la conservación de las aves comunes del futuro. Los resultados sugieren que algunas deberían programar un esfuerzo extra de gestión del territorio y de diseño de espacios protegidos.
Lo que parece claro es que el cambio climático no afectará a todas las aves por igual. Dentro de treinta años algunas especies serán más raras y otras más comunes. Pero también parece evidente que no solo importará el clima, lo que abre una ventana de esperanza para las más desafortunadas. Ellas tendrán que adaptarse a las nuevas condiciones y nosotros podremos contribuir a que lo consigan.
Sara Villén Pérez, Investigadora postdoctoral en Ecología (Programa Talento de la Comunidad de Madrid), Universidad de Alcalá; David Palomino Nantón, Ayudante de Investigación, Universidad de Alcalá y Luis M. Carrascal, Profesor de Investigación – CSIC, Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.