Cómo afectan los perros y los gatos al clima (y qué se puede hacer al respecto)

Historia por: The Conversation Fotografía por: Pixabay Vie 16, Jun 2023

Según Patrick Hanson, director general de Luxaviation, una compañía aérea de lujo con sede en Luxemburgo, tener mascotas puede ser tan contaminante como viajar en jet privado. En defensa de su sector, declaró recientemente que uno de los clientes de su empresa produce unas 2,1 toneladas de CO₂ al año, aproximadamente las mismas emisiones que tres perros de compañía. Esta comparación se basa en un cálculo realizado en 2020 por el investigador de la huella de carbono Mike Berners-Lee.

Tenga o no razón, es cierto que menudo se pasa por alto el impacto ambiental de los animales de compañía. Más de la mitad de las personas de todo el mundo tienen una mascota en casa, y esta cifra va en aumento. En 2023, en EE. UU., el 66 % de los hogares tendrá un animal de compañía, frente al 56 % de 1988. En España hay más perros que menores de 15 años, y el 62 % de los españoles mayores de 15 años tienen una mascota en casa.

¿Pero hasta qué punto debemos preocuparnos por el daño que nuestras mascotas hacen al medio ambiente?

Los perros y los gatos pueden perjudicar a otros animales. No solo porque cazan y matan pájaros y otras criaturas, sino que, además, persiguen y acosan a animales salvajes. Sin embargo, quizá el aspecto más preocupante de tener animales de compañía sea el impacto climático de los alimentos que ingieren.

La huella ambiental de nuestros animales de compañía puede variar significativamente y depende de factores como su tamaño y su dieta. Elegir alimentos nutricionalmente equilibrados y con menor contenido en carne suele reducir las emisiones. Lo que parece indiscutible es que, al igual que en otros aspectos del consumo, debemos considerar nuestra elección de mascotas y de cómo alimentarlas para minimizar su impacto climático.

Imagen: Shutterstock

El incierto impacto de la comida para mascotas

Con frecuencia se utilizan subproductos animales (como pulmones, corazones, hígados o riñones) en la alimentación de animales de compañía debido a su bajo coste y a su capacidad para proporcionar una nutrición adecuada. Los subproductos avícolas, por ejemplo, se han identificado como el ingrediente más importante en las fórmulas comerciales de alimentos tanto secos como húmedos para mascotas.

Aunque la investigación publicada sobre el impacto medioambiental de los alimentos para mascotas es limitada, algunos estudios arrojan resultados interesantes.

Un estudio, publicado el año pasado, sugería que alimentar a un perro de 10 kg (aproximadamente el tamaño de un Dachshund estándar) con comida húmeda equivale a 6 541 kg de emisiones de CO₂ al año. Esto equivale al 98 % de las emisiones totales de un ciudadano brasileño medio. En cambio, una dieta de comida seca para el mismo perro supondría unas emisiones equivalentes a 828 kg de CO₂.

Un perro salchicha corriendo hacia la cámara.
La dieta de tu mascota también contribuye al cambio climático.
NORRIE3699 / Shutterstock

En 2017, otra investigación reveló que las emisiones derivadas de la producción de alimentos secos para gatos y perros en Estados Unidos ascendían a entre el 25 % y el 30 % de las emisiones asociadas a los productos animales consumidos por todos los ciudadanos estadounidenses. Alarmante, sin duda.

Ambos estudios atribuyen impactos ambientales a los subproductos animales como si fueran carne de calidad de consumo humano. Esta suposición permite utilizar los factores de emisión de la carne disponibles, pero puede dar lugar a una doble contabilización, ya que las emisiones del ganado se han atribuido a la carne de calidad humana que producen, y no a la combinación de carne y subproductos animales.

Replanteamiento de este enfoque

Un enfoque más equilibrado consiste en asignar las emisiones asociadas a la carne y a los subproductos animales utilizando el valor económico relativo de los distintos productos. En este caso, se recalcula el impacto de todo el animal y se asignan valores diferentes a la carne y al subproducto. También se reducen ligeramente las emisiones asociadas a la carne, para obtener las mismas emisiones para el animal de cría. En general, los subproductos tienen un valor económico inferior, por lo que se les asignan menos emisiones por kilogramo que a la carne.

Utilizando este enfoque, las emisiones alimentarias de un perro de 10 kg equivaldrían a 240 kg de emisiones de CO₂ al año. En el caso de un perro medio de 22 kg, hablaríamos de 530 kg de emisiones de CO₂ al año. Esta cifra es inferior, aunque relativamente cercana, al cálculo de Berners-Lee de 770 kg al año.

Pero incluso con las menores emisiones que se derivan de este enfoque, la huella ambiental de los alimentos para mascotas sigue siendo considerable. A nivel mundial, la producción de alimentos secos para animales de compañía representa entre el 1,1 % y el 2,9 % de las emisiones agrícolas, hasta el 1,2 % del uso de tierras agrícolas y aproximadamente el 0,4 % de la extracción de agua agrícola. Esto equivale a una huella medioambiental de aproximadamente el doble de la superficie del Reino Unido, con unas emisiones de gases de efecto invernadero que lo situarían como el 60º país emisor. Aunque esta cifra es considerable, cabe señalar que sólo representa una décima parte de las emisiones de la aviación mundial.

Un perro comiendo comida seca.
La producción de comida seca para mascotas genera un nivel de emisiones de gases de efecto invernadero equivalente al del 60º país emisor del mundo.
successo images/Shutterstock

Reducir la carga medioambiental de las mascotas

También hay una gran variabilidad en el tamaño de nuestras mascotas, sobre todo cuando se trata de perros. Mientras que un Mastín de gran tamaño puede pesar 80 kg, un Chihuahua puede pesar más de 30 veces menos, lo que se traduce en unas necesidades alimentarias significativamente menores.

Tal variabilidad significa que las comparaciones simplificadas de la huella de carbono entre actividades como tener perros y volar en un jet privado pueden no ser útiles. Pero, en cualquier caso, hay varias cosas que podemos hacer para reducir la huella ambiental de nuestras mascotas.

Reducir la cantidad de comida que necesitan es un buen comienzo. Si optamos por razas más pequeñas, podemos conservar las ventajas de tener un animal de compañía y reducir al mismo tiempo la carga medioambiental. Alimentar a su mascota con la cantidad adecuada también ayudaría a restringir la demanda de comida para mascotas y a combatir la obesidad.

Menos carne cruda y más piensos basados en insectos

El tipo de comida que damos a nuestras mascotas es igualmente importante. Las tendencias actuales hacia la humanización de los alimentos para animales de compañía (donde los productos se parecen más a la comida humana) o alimentarlos con carne cruda probablemente aumenten el impacto medioambiental de tener animales de compañía.

Gato atigrado levantándose para alcanzar un plato de comida que contiene carne cruda.
El tipo de comida que damos a nuestras mascotas importa.
Nils Jacobi / Shutterstock

Las marcas de alimentos sostenibles para mascotas –que ya son muchas– y las marcas que incorporan ingredientes innovadores como insectos ofrecen un enfoque más respetuoso con el medio ambiente. Estos alimentos para mascotas tienen un contenido reducido de carne, sobre todo de rumiantes (mamíferos de pastoreo como el ganado vacuno), e incluyen ingredientes de origen vegetal. Pero es esencial tener en cuenta lo que comen los insectos para garantizar la reducción del coste medioambiental global.

Las afirmaciones que comparan las mascotas con los aviones privados pueden simplificar demasiado la cuestión, sobre todo cuando hay discrepancias sobre lo que podría significar cada actividad. Pero eso no quita que el cuidado de nuestras mascotas contribuya a las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Estas emisiones (junto con los demás impactos ambientales de tener mascotas) deben tenerse en cuenta cuando decidimos qué mascotas tener y cómo alimentarlas.The Conversation

Peter Alexander, Senior Lecturer in Global Food Security, The University of Edinburgh

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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