Guatemala es un país de contrastes. O, al menos, eso es lo que muchos de sus pobladores se dicen a sí mismos para justificar el hecho de que el desarrollo, en uno de los países más desiguales de América Latina —donde seis de cada 10 personas enfrentan privaciones de salud, seguridad alimentaria y educación, entre otras—, no llega por igual a todos, sin importar lo cerca que vivan de la capital del país, la más grande y poblada de toda América Central.
En países tan centralizados como Guatemala, el desarrollo de las ciudades no necesariamente se traduce en un beneficio equitativo para sus periferias. Al contrario, es en estas zonas en donde queda de manifiesto que el crecimiento citadino se hace sin considerar el estado de conservación de los recursos naturales, ni la calidad de vida de las personas que las habitan.
Ciudad Peronia no escapa a ello. Y, a la vez, es ejemplo de cómo esa realidad que comparten cientos de comunidades y barrios asentados alrededor de los centros urbanos puede combatirse si se hace a partir de la unión y el conocimiento. Ahí, durante años, la posibilidad de nuevos asentamientos urbanos, la deforestación y la instalación de una arenera eran amenazas reales, que probablemente ahondarían en la problemática social que azota a esta zona metropolitana.
Ubicada a unos 20 kilómetros al sudoeste del centro de la ciudad de Guatemala, Peronia fue creada en 1986, como una zona poblacional para familias que migraron desde el interior del país, huyendo de la guerra civil que se vivía entonces. Desde sus inicios fue etiquetada como un área peligrosa, debido a la presencia de pandillas delincuenciales que proliferaron debido a problemas sociales, también por la falta de acceso a servicios básicos y la ausencia de la autoridad municipal.
Antes de su fundación como área poblacional, Peronia era una zona rural, con apenas dos o tres pequeñas aldeas, rodeadas de montañas y terrenos boscosos, y varias fincas privadas, una de ellas la Finca San José Buena Vista, entonces propiedad del Ministerio de la Defensa de Guatemala (MINDEF).
San José Buena Vista tiene 90,5 hectáreas. Es un bosque mixto de pino y encino. Hay cuatro nacimientos de agua que abastecen a 1.500 familias y, por ella, hay 12 servidumbres de paso que abastecen a 38 comunidades de Peronia. Su importancia hídrica era clave para el acceso al vital líquido por parte de los nuevos pobladores que llegaban a residir en los alrededores.
Todo esto, sin embargo, no impidió que, por el año 2009, el MINDEF tuviera intenciones de derribar toda esa extensión de bosque para dar paso a un nuevo asentamiento de viviendas populares.
“Vinieron a hablarnos de varias ideas que tenían para la finca. Lo que no imaginábamos era que, dentro de esas ideas, estaba la de talar el bosque para vender terrenos para la construcción de viviendas populares”, comenta René Ríos, presidente del Consejo Comunitario de Desarrollo (COCODE) de Ciudad Peronia.
La preocupación de los comunitarios pasaba por el acceso al agua potable, ya que el aumento demográfico, sin planes municipales eficaces, trajo consigo los primeros problemas de abastecimiento. “San José Buenavista es un área muy importante de recarga hídrica aquí en Peronia y, además, era el último reducto de bosque que quedaba. Teníamos que protegerlo”, añade Ríos.
No obstante, los retos eran enormes y hasta parecían insalvables. Las características socioeconómicas de la mayoría de los nuevos inquilinos de Peronia hacían que la extracción ilegal de madera para fines energéticos fuera una realidad cotidiana. “Mucha gente no tiene trabajo y tienen que cocinar con leña. A esa gente no se le puede decir nada, pero hay que buscar la forma de ayudarles”, se lamenta Ríos.
Además de ello, en los alrededores, la extracción de arena también se unía a la ecuación a resolver: mantener su bosque en pie. Lo que hacía falta era un plan de acción.
El Padre Elías Ruíz, párroco de la localidad entre 2008 y 2013, fue un fuerte activista social y ambiental. “Él se tiraba enfrente de los camiones y les gritaba que no se movería, y que, si querían pasar, lo tenían que hacer sobre él”, cuenta Joaquín Culajay, otro líder comunitario. En cada misa, instaba a la población a “no dejarse” y a luchar contra el avance de las empresas areneras.
En la entrada a la finca hay una capilla, en donde el Padre Elías permitió que los representantes de los COCODES se reunieran para trazar su estrategia: solicitar la declaración de San José Buena Vista como área protegida. Pero, lograrlo no sería fácil. De hecho, nunca sucedió, ya que, de acuerdo a la Ley de Áreas Protegidas de Guatemala, son necesarios una serie de estudios técnicos y otros requisitos para poder declarar una zona como protegida.
“Mandamos solicitudes de apoyo a la Universidad de San Carlos, al Centro de Estudios Conservacionistas (CECON) y a otras entidades más. Ni siquiera nos respondieron”, suspira Ríos. Entonces, surgió otra opción: hacer un traspaso de propiedad al Ministerio de la Defensa al Consejo Nacional de Áreas Protegidas (CONAP), ente estatal que se encarga de administrar el Sistema Guatemalteco de Áreas Protegidas. Aunque menos burocrático, tampoco sería sencillo. “El primer problema: el ejército no quería soltar el terreno”, enfatiza el presidente del COCODE.
La negativa de parte del MINDEF de traspasar la propiedad del terreno, la falta de capacidad económica para realizar estudios técnicos y la muy fuerte presión de las areneras no dejó alternativa a los comunitarios. “Nos apoderamos de la finca. Tomábamos turnos para dormir ahí. Ya en 2010, se hizo un acta y declaramos a la finca como propiedad de la comunidad”, recuerda Ríos.
Después de varias reuniones en Casa Presidencial, se emitió el Acuerdo Gubernativo 244-2012 que otorgaba el título de propiedad de la finca al CONAP. Entonces, toda la comunidad de Peronia estaba feliz. Finalmente, o eso creían, los problemas se terminarían, y la zona quedaría libre de amenazas.
Las mieles del triunfo por evitar la desaparición del bosque duraron poco. Voces dentro de las mismas comunidades pedían proyectos de explotación para su propio beneficio. “La gente quería talar árboles para leña, querían proyectos productivos agrícolas para generar ingresos. Querían de todo menos conservar”, comenta Ríos. Ya en 2013, surgió la idea de asignarle la figura de área de conservación por parte de CONAP “y ellos (CONAP) lo declararon inmediatamente”, añade.
Luego, la Finca San José Buena Vista pasó a estar bajo el régimen de Unidad de Conservación, que es, en pocas palabras, un área protegida especial, cuyos servicios ecosistémicos a la población son susceptibles de ser protegidos. Debido a que su declaratoria fue hecha gracias a la intervención comunitaria, esto lo hace más especial. “Esa es la historia bonita de esta zona, porque fue la comunidad la que se la llevó al CONAP. Entonces, nosotros debemos mucho a su conservación y a esos bienes de la comunidad”, exclama Fabrizi Juárez, guardaparques y empleado del CONAP.
El siguiente paso era difundir su importancia en todos los niveles de la sociedad. Con el respaldo de CONAP y la Iglesia Católica, los COCODES de Peronia se dieron a la tarea de promover políticas de educación ambiental enfocadas en el personal docente. Durante ocho años, se impartieron diplomados avalados por la universidad estatal, en los que se educó a los maestros en temas de tipos de bosques, recarga hídrica, micro-climas y biodiversidad biológica. “Había mucho que no sabíamos. Al adquirir estos conocimientos, nos fue más fácil trasladarlos a los niños”, dice Tatiana Serrano, directora de una de las escuelas locales.
El impacto fue casi inmediato. Según recuerda Serrano, entre 2012 y 2013, este trabajo intersectorial comenzó a promover la realización de jornadas de reforestación dentro de la recientemente creada área de conservación. Para 2016, a las jornadas de reforestación escolares, se unieron The Nature Conservancy (TNC) y empresas privadas. “Ser parte de estos procesos ayuda a los niños, no solo a nivel pedagógico, sino también emocional y social. Les permite desarrollar un sentido de pertenencia que es clave para el cuidado de nuestros recursos”, añade Serrano.
También se inició un proceso técnico y financiero por parte de TNC para el mantenimiento y mejoramiento de la infraestructura de la finca. Se construyó un centro de visitantes y se implementó un recorrido interactivo dentro de la Unidad de Conservación.
Como parte de este proceso en conjunto con las comunidades, Juárez comenta que se creó un programa de sensibilización que se implementará a partir de diciembre próximo, mediante visitas “a todas las comunidades de Peronia, con la idea de hablarle a las personas acerca de todos los servicios ecosistémicos que el bosque les provee. También queremos retomar y fortalecer las mesas de diálogo e involucrar a la Municipalidad de Villa Nueva, la supervisión educativa, los estudiantes de todos los niveles educativos, los COCODES y los líderes de residenciales, para tratar de unir esfuerzos en conjunto”, dice.
Las victorias suelen ser malas consejeras si no se les administra adecuadamente. Aunque existe un compromiso de parte de la mayoría de residentes de no talar árboles, esta sigue siendo la mayor amenaza que la Unidad de Conservación Finca San José Buena Vista enfrenta. “Sabemos de las necesidades de las personas, y estamos trabajando en ofrecerles alternativas sostenibles para que el bosque no se vea afectado”, dice Juárez.
Durante la pandemia, los diplomados en educación ambiental dirigidos a educadores, las actividades escolares de reforestación y las jornadas de convivencia con el bosque se detuvieron, y ahora que ya ha pasado lo peor de la crisis provocada por el COVID-19, no solo se espera retomar lo hecho hasta 2020, sino hacerlo con el apoyo de nuevas entidades, como la Municipalidad de Villa Nueva.
El plan es involucrar a las personas que extraen madera en tareas de mantenimiento del bosque, como realización de brechas cortafuegos, rondas y patrullajes, y reforestación de zonas degradadas. “Ahora tenemos dos áreas de reforestación en las que no había cobertura. Y, desde 2018, con la participación comunitaria, incluyendo algunos extractores de leña, las hemos recuperado”, apunta Juárez.
Para que este empuje se mantenga, la participación activa de todos los sectores involucrados, particularmente de los comunitarios, a través de los COCODES, debe ser constante. Pero, ya sea por lo agotador de mantener interesadas a las personas, la pandemia o el día a día, tanto Ríos como Culajay admiten que las reuniones y asambleas ya no tienen el mismo espíritu que tenían allá por 2009. “Es una vigilancia constante”, aseguran, y confían en que la posibilidad de reunirse nuevamente les permitirá trazar nuevas estrategias para mantener la participación comunitaria en un nivel alto y comprometido.
Lo primero que se tiene en mente es reducir el daño al bosque. “Tenemos que hacerles ver (a los extractores de madera) que si talan árboles para su autoconsumo, deben sembrar cuatro o seis nuevos de la misma especie, para no dañar al bosque”, dice Culajay. Para ayudar en esta problemática, las jornadas de reforestación se han aprovechado para crear un área de usos múltiples y un bosque energético, “que permitirá a las personas acceder a madera, pero de una forma ordenada”, detalla Juárez.
Otra de las estrategias es hacer de la finca un destino turístico autosostenible para los residentes de Peronia y otras zonas aledañas. Al ser “uno de los últimos bosques de Villa Nueva”, como remarca Ríos, puede ser clave para convertirse en un punto de referencia para el descanso y la reconexión con el mundo natural.
Lo más importante es que la participación comunitaria, con o sin pandemia, se ha mantenido. Entre otras cosas, ya se cuenta con el centro de visitantes. Desde 2018, las jornadas de reforestación han permitido la recuperación de una hectárea de bosque que estaba degradado y se tiene un convenio con la Asociación de Reservas Privadas de Guatemala, que se comenzará a implementar el próximo mes de diciembre, con el que se sensibilizará a las comunidades acerca de todos los servicios que el bosque presta. “Vamos a llegar a cada comunidad de Peronia que utiliza el recurso, no solo para hacerle ver qué es lo que obtenemos del bosque, sino también para hacer conciencia de la importancia de toda la vida silvestre que ahí habita y el papel que juegan en el equilibrio biológico de la vida”, comenta Juárez.
Desde la comunidad, el orgullo por haber conseguido todos los logros actuales sirve de impulso para continuar con los esfuerzos que iniciaron hace más de 12 años. “Definitivamente sí nos sentimos capacitados para continuar defendiendo los recursos. La amenaza es constante y no sabemos en qué momento dicen ‘continuemos la deforestación’. Tenemos que concientizar a esas personas, y hacerles ver que, si botan árboles, también es justo que siembren nuevos”, finaliza Culajay.
Este artículo es parte de COMUNIDAD PLANETA, un proyecto periodístico liderado por Periodistas por el Planeta (PxP) en América Latina.