Pobladores quekchíes de Campur, en Guatemala, han sido víctimas de los efectos del cambio climático. La aldea se inundó durante 40 días el año pasado y la temporada de lluvias ha vuelto a asomar. El futuro es incierto, pero el sabedor indígena José Ax asegura que una solución es “recuperar el Loq´”, es decir, el respeto a las plantas, a los animales y a él mismo.
“Arin xin yo’la ut arin tine’x muq”, expresa firmemente en su idioma Q’eqchi’ José Ax, mientras se sienta sobre un trozo de árbol en el patio de su casa. Ahí, donde se pasean con libertad sus aves de corral, resuena el significado de las palabras que acaba de pronunciar. Entre el cacareo, pío pío y el canto de otros pájaros que van de árbol en árbol dice: “Aquí nací y aquí me enterrarán”.
José suma 97 años de vida en la aldea Campur, situada a 60 kilómetros de la cabecera municipal de San Pedro Carchá, departamento de Alta Verapaz, y a 260 kilómetros al norte de la ciudad de Guatemala, una zona afectada por las tormentas que se forman en el Atlántico, debido a que se ubica en esa dirección.
Sus habitantes pertenecen a la etnia Q’eqchi’. “De los 24 pueblos indígenas de Guatemala, los quekchíes ocupan el territorio más próximo al principal centro de civilización maya, Tikal”. Así lo cita el libro, volumen II de “Historia y Memoria de la comunidad étnica Q’eqchi’” de la Universidad Rafael Landívar.
En noviembre de 2020, el centro de la comunidad se inundó durante las tormentas Eta e Iota que golpearon Centroamérica y que dejaron destrozos en Campur. El nivel del agua subió varios metros sobre el techo de las casas de más de 600 familias residentes en la aldea. Los pobladores de los alrededores debieron utilizar lanchas para movilizarse de un extremo a otro para poder sobrevivir.
La catástrofe dejó daños materiales en viviendas, comercios y entidades públicas en Campur. No se reportaron fallecidos. Otras regiones no tuvieron esa suerte, como la aldea Quejá, en San Cristóbal Verapaz, en el departamento de Alta Verapaz, donde casi toda la comunidad quedó soterrada producto de un deslave, con decenas de fallecidos.
El sabedor José relata, con la ayuda de un intérprete, que su vida se centra en una sola palabra: el Loq´, que significa respeto a las plantas, animales y a él mismo. Tras un silencio, y desconsolado, dice que “el Loq´se ha perdido”.
A eso atribuye la tragedia de su pueblo, inundado durante 40 días. Algunos pobladores lo han interpretado como el diluvio universal de 40 días y 40 noches que narra la biblia, en el libro de Génesis.
José asegura que las tormentas Eta e Iota, que convirtieron a Campur en un lago, le fueron reveladas días antes cuando en sueños le visitó una mujer de pelo castaño y tez blanca.
Recuerda que ella llevaba una biblia debajo del brazo y le dijo: “Va a pasar algo en este pueblo. Por ese lado va a pasar el agua. Así que prepárate, porque tienes que ver qué hacer”.
José es testigo de la devastación desde una parte muy alta, donde reside en una casa construida de lámina y madera. La lejanía de la llanura fue suficiente para evitar la inundación para él. Ahora, puede ver con detalle la pesadilla de la que aún no salen 644 familias damnificadas, cifra que maneja la municipalidad de San Pedro Carchá, según el alcalde, Winter Coc.
A los damnificados solo les quedó observar cómo el agua se tragaba sus casas, día a día, hasta dejarlas en lo más profundo.
Eta e Iota dejaron destrozos en 16 de los 22 departamentos de Guatemala y afectaron a 1.7 millones de habitantes, según datos de la Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia (SEGEPLAN) de Guatemala.
En Centroamérica los afectados por ambas tormentas se calculan en 7.3 millones de personas, según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA). Dentro de esos millones de afectados están los pobladores de Campur.
A pesar de la escasez de agua potable, debido a la destrucción de pozos artesanales que utilizaban para uso doméstico y de tuberías que abastecían la aldea, los campurences, como se les llama a las personas nacidas en Campur, empezaron a retornar a su territorio, a partir del 20 de enero de 2021.
Para Elsa Xol Pop, habitante de Campur, la felicidad volvió cuando los rayos del sol empezaron a secar la tierra. El agua tardó en bajar de nivel entre 12 y 15 días, según el registro del arquitecto Cristian Bac, a quien le fue asignada la reconstrucción de la iglesia católica local.
Rosa Pop, otra residente, da gracias a Dios por haber encontrado aún en pie su casa de dos niveles, así fuera atascada de lodo. Rosa lamenta que otros vecinos perdieron su vivienda construida de lámina y madera. Hoy, estos damnificados buscan los medios para volver a levantar su casa, de nuevo en Campur.
El alcalde Winter comenta que los habitantes de Campur sueñan con ver de nuevo la vegetación en sus tierras, que son de 400 metros cuadrados de extensión, las más pequeñas, y no se comparan con los terrenos de 200 metros cuadrados, que es lo máximo que podrían obtener al ser reubicados en el área urbana de San Pedro Carchá.
Sebastián Chú, líder comunitario, comenta: “Ahora lo que más nos está dando susto es el temblor. Acá dos o tres veces al día tiembla. Entonces, eso nos da un poco de miedo porque antes no era así, por eso es que estamos con pena”.
Hasta finales de abril, Winter aseguró que seguía esperando que la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred) les informara si declararía o no inhabitable el centro de Campur.
El 21 de junio de este año, el vocero de la Conred, David De León, dijo que no tenían declaraciones que dar al respecto, porque el Consejo Científico de la entidad, encabezado por el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología de Guatemala (INSIVUMEH), aún no había rendido el resultado de los estudios efectuados en la aldea. Un par de meses atrás, la advertencia era la misma: aún no había estudio.
El arquitecto Cristian cree que la tala inmoderada de árboles en el entorno de Campur va a traer consecuencias poco a poco al poblado. De lo que no tiene dudas es de que las devastadoras tormentas tropicales derivadas del cambio climático han empezado a golpearla.
Cristian explica que el exceso de lluvias, más la acumulación de basura y otros desechos en vertederos no autorizados fueron la causa principal de la inundación prolongada en la aldea, porque “el agua se estancó, no pudo fluir, se taparon los accesos a las dolinas, conocidas como siguanes, que existen en Campur y en varias zonas de Alta Verapaz”, dijo.
La Real Academia Española define como dolina a “la depresión más o menos profunda y de paredes muy inclinadas, típica de los terrenos calizos. Algunas dolinas se forman por el colapso del techo de una cueva subterránea”.
Este tipo de terrenos calizos son, precisamente, abundantes en el departamento de Alta Verapaz.
El profesor Esteban Ax vive e imparte clases en Campur. Dice que desde la cosmovisión q’eqchi’, “los siguanes son cavernas que se merecen respeto, porque son los respiraderos de la madre tierra”. Por esa razón, Esteban pide siempre a sus vecinos evitar los vertederos clandestinos, “para prevenir que los siguanes vuelvan a taparse por exceso de basura”.
Los quekchíes buscan prevenir otra pesadilla por las lluvias y han respondido al llamado de líderes de la iglesia católica para limpiar los ingresos a los siguanes.
“Con la colaboración del vecindario, hemos removido basura, material orgánico y tierra que han bloqueado los ojos de los siguanes. Tenemos ubicados alrededor de ocho siguanes en el centro de Campur, pero consideramos que hay más que no son fáciles de ubicar”, dijo el arquitecto Cristian.
El 20 de mayo, Cristian aún seguía pendiente del informe de dos geólogos extranjeros, a quienes los sacerdotes de la iglesia de Campur pidieron su colaboración para estudiar lo que sucede en la aldea y para que hicieran recomendaciones.
El profesor Esteban tampoco descarta que el desastre en Campur sea parte de los efectos de la crisis climática que vive Guatemala y el resto del mundo. Por esa razón inculca a sus estudiantes, en la escuela Cruce Chinama, en Campur, el cuidado de plantas y árboles, no tirar basura en la calle y no prender fuego a los pastos para evitar incendios forestales.
“Hoy está sufriendo la madre naturaleza, por nosotros mismos. Por ese motivo, tenemos que recuperar el Loq´”, comenta.
Por su parte, el arquitecto Cristian confía en retomar en mediano plazo el plan de reforestación en Campur. La iglesia católica tenía previsto este proyecto con 500 árboles, que ya estaban listos para ser sembrados. A estos también los destruyó la inundación.
El 28 de abril de 2021, durante una reunión, el Gabinete de Reconstrucción, conformado por varios ministerios del gobierno, informó que entre 2021 y 2022 se ha programado invertir 2 mil 356.9 millones de quetzales, un promedio de USD $305. 7 millones, para reparar daños ocasionados por las depresiones tropicales Eta e Iota.
En lo que respecta a Campur, el alcalde Winter asegura que ignora qué tiene previsto el Gobierno.
Mientras las autoridades disponen sobre el futuro de la comunidad, los pobladores no se quedan de brazos cruzados y han avanzado en la reconstrucción de su pueblo. Cuando se les pregunta sobre el incierto ofrecimiento del gobierno de trasladarlos a otro lugar, la mayoría responde “mejor ni hablemos de eso”.
El 21 de junio de 2021, ese centro continuaba cerrado. Hasta esa fecha, aún no se hacía una evaluación que las autoridades de ese ente asistencial pidieron al Ministerio Público. La idea es verificar formalmente las pérdidas a causa de la lluvia, informó el dirigente comunitario Sebastián Chú.
Rosa Pop confía en que pidiéndole perdón a su territorio por el daño que ha sufrido, ella y sus vecinos van a salir adelante y vencerán los obstáculos derivados por la pandemia de la Covid-19. Para fortuna de ellos, esta enfermedad no daba indicios de incremento en su aldea de Campur, hasta el 13 de junio pasado, aunque el municipio de San Pedro Carchá, al que pertenece pasó a color rojo, por un repunte de contagios en otras localidades.
Por su parte, Elsa Xol, mientras confecciona una blusa con una antigua máquina de pedal en el corredor de su casa, asegura que su corazón le dice que no podría vivir en otro lugar que no sea Campur, porque ahí nació, está junto a su familia y en esa comunidad están enterrados sus parientes que ya partieron.
El alcalde Winter cree que si Campur llega a ser declarado inhabitable será complicado convencer a los damnificados de trasladarse a otro lugar, ya que no existe la capacidad para darles extensiones de tierra que sean suficientes para la crianza de sus aves de corral y para sus cultivos.
Los campurenses hombres viven de sus cultivos de cardamomo, café, frijol, maíz y achiote. Mientras que las mujeres se dedican a la crianza de aves de corral y a la confección de prendas de vestir.
El sabedor José confiesa no estar dispuesto a abandonar su territorio:
La vida sigue, incluso en Campur, y la temporada de lluvias ha vuelto poco a poco.
Nadie sabe si el pueblo se volverá a inundar. “No nos cansamos de invocar a Dios y a la madre naturaleza para que salve a Campur. Nombre que proviene de su nacimiento de agua: qán pur (jute amarillo), situado a un kilómetro del pueblo”, puntualizó el profesor Esteban.
El libro “Historia y Memoria de la comunidad étnica Q’eqchi’” relata que esta etnia ha construido una forma de vivir, una manera de relacionarse con la naturaleza, con Dios -Creador y Formador-, con ellos mismos y con los hombres y mujeres de otras culturas.
Agrega que “en la época de la conquista fueron evangelizados por misioneros dominicos”. Sin embargo, siguen conservando sus creencias en el sol, la luna, la madre naturaleza, el agua, el aire, entre otros. Por eso, para José, Campur es su felicidad, pero comenta que el futuro de esta aldea depende si se recupera el respeto que anteriormente tenían los abuelos por el territorio.
Nota. La serie periodística Miradas a los Territorios ¡Resistir para Sanar!, fue producida en un proceso de co-creación con periodistas y comunicadores indígenas y no indígenas de la Red Tejiendo Historias (Rede Tecendo Histórias), bajo la coordinación editorial del medio independiente Agenda Propia.