La vida silvestre de las áreas urbanas se ve beneficiada con la creación de nuevos espacios naturales. Foto: Sebastian Latorre/Unsplash
En abril de este año, la Universidad Wageningen realizó un estudio en 11 micro-bosques neerlandeses. Se observaron 636 especies diferentes de animales, así como 298 especies de plantas, adicionales a las que se plantaron inicialmente.
En cuanto a la captura de CO2, las cifras varían. Uno de los más antiguos, ubicado al norte de los Países Bajos, con una extensión de 245.7 m2, capturó 631.2 kg de CO2 en 2020. Por su parte, uno de los más jóvenes ubicado en el centro del país, con una extensión de 231.6 m2, capturó apenas 4.3 kg de CO2. De acuerdo con estos estudios, se prevé que, una vez maduros, micro-bosques con una extensión promedio de 250 m2 podrían capturar un estimado de 250 kg de CO2 anualmente. En comparación, algunos bosques neerlandeses con edades de entre 10 a 50 años, capturan alrededor de 227.5 kg de CO2 anualmente.
Cécile Girardin, de la Iniciativa de Soluciones Basadas en la Naturaleza de la Universidad de Oxford, publicó recientemente un hallazgo de que si se implementan soluciones basadas en la naturaleza a gran escala a nivel mundial, podrían contribuir a reducir el calentamiento en 0,1 grados Celsius en un escenario que supone un calentamiento máximo de 2,7 ° F. (1,5 ° C) en 2055.
Sin embargo, aunque son una gran ayuda para el tema de la crisis climática, estos micro-bosques tienen un objetivo mayor, reconectar a la población urbana con la naturaleza y la vida silvestre. «Es mejor medir (estas iniciativas) en el impacto que tienen en el enfriamiento de las ciudades, la regulación del agua y la biodiversidad», dijo Girardin. Añadió también que el hecho de utilizar especies nativas, le proporciona a estos ecosistemas, una resiliencia importante para soportar el paso del tiempo y adecuarse a los cambios que el entorno experimenta.
Iniciativas en Centroamérica
Sembrando Huella es una iniciativa respaldada por el Instituto Nacional de Bosques de Guatemala. Foto: INAB
«Elegir las especies adecuadas es clave para que este concepto funcione», dijo Fujiwara. Aunque estas iniciativas aún están siendo estudiadas para ser aplicadas en diferentes partes del mundo, con especies nativas del lugar, en regiones como Centroamérica ya se han implementado algunas medidas para reducir el impacto del crecimiento urbano en las zonas naturales.
En febrero de este año, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), anunció la colaboración que realizan con el Gobierno de Costa Rica, para la creación de Parques Naturales Urbanos (PANU), enfocados en mejorar la conservación y la salud en las ciudades del país centroamericano, como parte de su Plan Nacional de Descarbonización.
“Los ecosistemas urbanos son fundamentales para tener ciudades y personas sanas. Dentro del Plan Nacional de Descarbonización, Costa Rica se comprometió a tener 4.500 hectáreas de áreas verdes para el bienestar de la ciudadanía. Nuestro país necesita recordar que las áreas que ahora vemos urbanizadas y grises eran ecosistemas vivos hasta hace unas décadas. Con las medidas correctas, podemos rescatar a los sobrevivientes y regenerar muchas áreas, que traerán salud y beneficios económicos a la ciudadanía”, dijo entonces la ministra de Ambiente y Energía, Andrea Meza Murillo.
Si bien este proyecto es completamente diferente a la idea de plantar nuevos bosques dentro de los cascos urbanos, es una iniciativa muy interesante que pretende llevar a la gente hacia las zonas naturales, mientras se promueve su cuidado y protección. En ciudad de Guatemala, la municipalidad promueve el Cinturón Ecológico Metropolitano, que «radica principalmente en la protección de los remanentes boscosos alrededor de la ciudad capital. Estos bosques se encuentran básicamente en los barrancos y cerros».
Además, existen algunos programas de reforestación, como #YoReforestoChallenge, impulsado por el Instituto Nacional de Bosques (INAB), y apoyado por la iniciativa privada. Según un comunicado de la institución, «Hasta el momento se han realizado 439 jornadas de reforestación y 60 actividades de sensibilización, se han plantado 226,356 árboles en 203.7 hectáreas, se ha contado con la participación de 13,620 personas adultas y 2,529 niñas y niños».
A pesar de estas iniciativas oficiales, la cultura de conservación aún está lejos de ser prioridad para estos países. Siempre en Guatemala, en 2020, se desató una polémica por la destrucción de un bosque urbano que, según Marcha por la Ciencia, generaba servicios ecosistémicos por un valor anual de unos US$650 mil, para dar paso a un proyecto inmobiliario.
Lo que sí queda claro es que el método Miyawaki es una alternativa muy atractiva para la recuperación de terrenos degradados, especialmente dentro de los cascos urbanos. Con proyectos a corto plazo para ejecutarse en grandes ciudades europeas, faltará por ver si esta práctica se convierte en tendencia mundial, o si se limita a los países del primer mundo.
*con información de National Geographic, PNUD e INAB