Agricultura urbana, una tendencia verde con (algunos) riesgos escondidos

Historia por: Jorge Rodríguez Fotografía por: Jorge Rodríguez Vie 2, Oct 2020
  • Presente en muchos eventos extraordinarios de la humanidad en los últimos dos siglos, la agricultura urbana presenta algunos riesgos que no deben de ser pasados por alto.
  • Los huertos urbanos se convirtieron en una actividad ideal para mitigar los efectos del confinamiento debido a la pandemia actual.

Con la pandemia que gobierna al mundo desde marzo pasado, pareciera que el boom de los huertos urbanos inició ahora. Sin embargo, fue durante la Segunda Guerra Mundial, que en ciudades de Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido, se destinaron grandes terrenos, como campos de fútbol, parques y jardines, para la producción de alimentos. Estos huertos pasaron a conocerse como Victory gardens o war gardens, y llegaron a significar hasta el 40% del consumo total de los países.

Si nos remontamos aún más en la historia, encontraremos que en los inicios de la era industrial, a finales del siglo XIX e inicios del XX, grupos religiosos y de beneficencia, impulsaron la creación de huertos con la función de fomentar la “subsistencia, la salud, la moralidad y la estabilidad social”, en ciudades de Estados Unidos. Estos huertos eran conocidos como “huertos para los pobres”.

Ya en la década de 1960, estos se retomaron, a menor escala, impulsados por los nacientes movimientos ambientalistas y de rechazo al sistema.

Póster original haciendo un llamado a la creación de huertos urbanos durante la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos. Foto: Farmers Calendar

Desde entonces, el modelo de agricultura urbana decreció al punto de considerarse como una actividad propia de personas jubiladas o como parte de programas de inserción social. En Cuba, sin embargo, durante la década de 1990, el gobierno de la isla implementó un programa urbano, con la idea de reabastecer a la población, a consecuencia de los bloqueos económicos que el país experimentó a raíz de la caída de la Unión Soviética. Según un documento realizado por Nerea Morán, del Departamento de Urbanística y Ordenación del Territorio de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, esto permitió, además, recuperar la identidad cultural ligada a la producción de alimentos nativos.

A finales de 2019, Ricardo Molina y la gente de Calmecac, una ong guatemalteca que trabaja por “fomentar el desarrollo sostenible basado en el uso de los recursos naturales, con el fin de promover la dignidad humana”, recibieron el apoyo de la oficina de cooperación del Gobierno de Holanda, para la creación de un huerto urbano dentro del Parque Ecológico de Ciudad Nueva, ubicado en el centro de la Ciudad de Guatemala. “Este es un esfuerzo impulsado por HIVOS. Ellos pusieron la casa (el invernadero), nosotros la tierra. Ellos pusieron la madera y nosotros la mano de obra. Siempre tratando de hacer balanceado el esfuerzo”.

Encargado del manejo de los parques que esta organización tiene bajo su cuidado, Ricardo Molina dedica sus días, junto con su equipo de trabajo, a apoyar el cambio de hábitos en la sociedad actual, mediante la adopción de nuevos hábitos de consumo. “Lo que queremos es ayudar a la gente a que se anime a hacer sus propios huertos. Aquí vienen y nos preguntan cómo pueden hacerlo ellos mismos, y nosotros les ayudamos a empezar”, cuenta.

Los huertos familiares como estrategia de desarrollo

La recuperación de cultivos nativos es clave para reforzar la identidad de los pueblos. Foto: Jorge Rodríguez/FAO

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) impulsa en la región Ixil, ubicado en el occidente de Guatemala, proyectos de huertos familiares para fortalecer los hábitos alimenticios de las comunidades rurales de esta zona, habitada en su mayoría por indígenas.

Uno de esos proyectos, una  granja de huevos orgánicos manejada por un grupo de mujeres de una comunidad de San Juan Cotzal, surgió luego de que las mujeres de la comunidad adquirieran nuevos conocimientos, lo que las empoderó para emprender en algo más grande y ambicioso, con el solo objetivo de crear un beneficio para sus familias y su comunidad. “Antes del proyecto solamente nos dedicábamos a las labores de la casa. Luego aprendimos a trabajar las hortalizas (acelga, rábano, cilantro). Teníamos un huerto del grupo y lo que cosechábamos lo vendíamos en el mercado. Ahora dejamos la venta de las hortalizas y en su lugar, las usamos para consumo propio. Esto nos beneficia porque ya no lo compramos, sino que lo tenemos en nuestras casas”, dijo Josefina Ixcoy.

Cerca de ahí, en una aldea de Nebaj, otro grupo de mujeres se organizó para sembrar en sus huertos familiares hierbas nativas de la zona, que sus antepasados usaron en su dieta cotidiana. “Cuando era pequeña, no tenía idea que estas hortalizas existían”, dijo Catarina Torres.

En las zonas urbanas, por otro lado, también son vistos como una oportunidad de reverdecer los entornos de concreto, brindar espacios de esparcimiento y contacto con la vida natural, así como herramientas para la educación ambiental y la recuperación de la biodiversidad, reducida por la falta de áreas silvestres.

En la actualidad, el 15% de los alimentos del mundo provienen de cultivos urbanos, esto según el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), entidad que promueve la People’s Garden Initiative, una iniciativa que busca beneficiar a la comunidad, brindando espacios de esparcimiento y recreación, mediante el trabajo colaborativo entre los miembros de la comunidad y la implementación de prácticas sostenibles.

En esa misma línea, el huerto trabajado por Ricardo, en la ciudad de Guatemala, busca involucrar a toda aquella persona interesada en esta práctica. “Nosotros adoptamos la idea de los jardines verticales, en donde le damos a la gente plantas ornamentales y agrícolas, como cebollas, acelga y espinaca”, cuenta Ricardo, quien además instruye a los interesados en el respeto por los ciclos productivos básicos para el funcionamiento de un huerto.

Terapia ocupacional

Además de ser un pilar para la seguridad alimentaria de la población, la agricultura urbana genera beneficios en la salud mental de las personas. Foto: Jorge Rodríguez/Viatori

La producción alimenticia no es el único motivo por el que mucha más gente está explorando esta práctica. El confinamiento provocado por el Covid-19, afectó no solo a nivel económico, sino también a la salud mental de las personas, y es en esos escenarios en donde un huerto es también útil para cientos de personas. “En las redes sociales he visto cómo mucha gente comparte fotos y videos de sus propias plantas y huertos”, cuenta Carlos Alonzo, periodista guatemalteco de la Agencia Francesa de Noticias (AFP).

Además, los cultivos de pequeña escala ayudan, según cuenta Carlos, a darle un nuevo valor a los alimentos, y a los procesos que llevan para su crecimiento. “Siento que como un ejercicio para valorar más los alimentos que consumimos, y el trabajo de los agricultores, es interesante”, añade.

Carlos, quien decidió probar suerte con su propio huerto luego de hacer su reportaje, entró a un mundo en el que la dedicación es esencial para tener éxito. “Hay que estar pendiente todos los días. A mí ya se me han muerto un par de rábanos, porque con uno o dos días que uno abandone el huerto, las plantas lo sienten. Esto ayuda, siento yo, a valorar a quienes se dedican a esto, porque en el mercado vos pagás Q2 por un montón de rábanos, sin saber lo difícil que es que no se mueran”, dice.

Hay muchas razones, además de lo que cuenta Carlos, por las que un huerto urbano es una buena idea. Fácil acceso a alimentos frescos y de calidad, mejores relaciones sociales, en el caso de los huertos comunitarios, la integración de personas mayores o con discapacidades y grandes beneficios para la salud mental, por tener contacto con la vida natural son algunas de las ventajas que estas prácticas brindan.

Incluso, tienen beneficios para mitigar los efectos del cambio climático, ya que ayudan a disminuir el efecto conocido como “isla de calor”, provocado por el calentamiento del asfalto y el concreto. Además, ayudan a fortalecer la biodiversidad, ya que se crean pequeños ecosistemas adecuados para una variedad de microrganismos, insectos y aves.

Los retos de la agricultura urbana

agricultura urbana

La agricultura urbana presenta varios retos que deben de ser considerados para asegurar la salud de las personas. Foto: Jorge Rodríguez/Viatori

Existen varios retos que deben de ser considerados, tanto a nivel gubernamental, como comunitario, a la hora de embarcarse en la creación de un huerto en cualquier ciudad del planeta.

En la década de 1980, en Filadelfia, Estados Unidos, una granja urbana situada en una zona industrial de la ciudad, fue noticia debido a que la dueña del lugar reportó que sus hijos gemelos tenían elevados niveles de plomo en la sangre, producto del consumo de las hortalizas y verduras que ellos mismos cultivaban. Hay que recordar que el suelo en las ciudades está expuesto a niveles elevados de metales tóxicos y otros químicos, que resultan dañinos para la salud humana.

Aunque los niveles de contaminación de las ciudades centroamericanas no llegan a los de las grandes ciudades estadounidenses, es evidente que la alta concentración poblacional, la disminución de las zonas naturales y el centralismo característico de sus economías (la mayoría de las industrias están ubicadas en los centros urbanos), así como el creciente parque vehicular, son factores de riesgo que no deberían de ser pasados por alto a la hora de pensar en la creación de un huerto urbano.

A finales de 2019, la universidad estatal de Guatemala publicó que en la capital del país centroamericano, se registran 205 microgramos cúbicos de partículas contaminantes (μg/m3), cuando lo recomendado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), debe de estar, idealmente, entre los 20 y los 70 μg/m3. Todos esos residuos se depositan en los suelos, que luego son utilizados para la siembra de productos para el consumo humano.

Para evitar serios daños en el futuro, es recomendable analizar la calidad del suelo en el que pensamos cultivar, así como tomar otras precauciones para que las plantas y hortalizas no estén expuestas a las partículas contaminantes que rondan en el aire.

Aunque son factores que se deben de tomar en cuenta, tampoco deben de desalentar a quien quiera formar parte de esta nueva tendencia. “Los huertos nos enseñan a aprender acerca de la naturaleza, de sus procesos productivos y del valor que el trabajo por contar con nuestros propios alimentos brinda”, dice Ricardo. “Aprender del proceso de las plantas, nos ayuda a introducirnos a los procesos forestales, y eso a los procesos naturales. Tal vez, de esa manera, podremos cambiar nuestro pensar y nuestro actuar, en beneficio de una vida más integrada con la naturaleza”, finalizó.

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