No podremos evitar la pérdida de especies si no nos esforzamos por conocerlas

Historia por: The Conversation Fotografía por: Jorge Rodríguez Vie 21, Oct 2022

No sabemos con precisión el número de especies existentes en la Tierra. Hay muchas de ellas sin catalogar y sólo se puede realizar una estimación aproximada. Las cifras varían enormemente entre los 5 y 15 millones, pero podrían ascender hasta el billón si se incluyen los organismos simples como microbios, bacterias y arqueas. Hasta ahora solo se han descrito unos dos millones.

Representan únicamente una parte de lo que ha existido en nuestro planeta en el pasado. Alrededor del 95 % de las especies de los últimos millones de años de vida en la Tierra han desaparecido, especialmente durante las cinco extinciones masivas que se han producido desde hace 450 millones de años.

La primera de estas extinciones masivas fue debida a una glaciación al final del Paleozoico, en el período Ordovícico (hace 485-444 millones de años). Se estima que desaparecieron el 86 % de las especies que entonces habitaban el planeta, que eran sobre todo acuáticas porque aún no había animales en tierra firme debido a la escasez de oxígeno en la atmósfera. Esta fue también la época en la que se formaron yacimientos de petroleo y gas en algunas regiones.

Se calcula que actualmente se extinguen aproximadamente unas 20 000 especies al año. Si su desaparición continúa al mismo ritmo, en unos 300 años todas las especies del planeta habrán desaparecido en lo que muchos consideran la sexta extinción masiva.

Un millón de especies en peligro de extinción

Los últimos datos de Naciones Unidas cifran en un millón las especies actualmente en peligro de extinción. El último informe de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas concluye:

“La salud de los ecosistemas de los que dependemos nosotros y todas las demás especies se está deteriorando más rápidamente que nunca. Estamos erosionando los fundamentos mismos de nuestras economías, medios de vida, seguridad alimentaria, salud y calidad de vida en todo el mundo”.

Ante la urgencia de evitar la pérdida de biodiversidad, muy asociada en el imaginario colectivo al cambio climático, se están elaborando mapas de los lugares donde los vertebrados incluidos en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza están en riesgo por la deforestación, las prácticas y extensión creciente de la agricultura, la caza, la introducción de especies invasoras y la contaminación del medio ambiente.

En lo que respecta a España, el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial y Catálogo Español de Especies Amenazadas incluye 204 especies en peligro de extinción, 139 vulnerables y 630 en régimen de especial protección.

En el conjunto de los países de Latinoamérica y el Caribe, de las más de 2 250 especies que se incluyen en la Lista Roja de Especies Amenazadas, al menos 665 están en peligro crítico de extinción.

Jiri Fejkl / Shutterstock

Conservación y solucionismo tecnológico

Las soluciones que se vienen planteando de unas décadas a esta parte pasan por, en primer lugar, las estrategias de conservación de los espacios y ecosistemas naturales y, en segundo lugar, la innovación tecnológica en general, y específicamente las técnicas de clonación.

Además, se despliegan soluciones económicas para solventar las posibles dificultades y conflictos con las comunidades humanas. En sentido amplio, se promueve la rentabilización de los ecosistemas. Según la Fundación Biodiversidad en España, “el medio ambiente es una oportunidad de negocio clara, capaz de generar empleo y una vía para garantizar una economía sostenible a largo plazo”.

No obstante, esta visión conlleva riesgos si no se ejecuta adecuadamente. A veces se ha defendido la conservación de la biodiversidad y de determinadas especies por su supuesta utilidad para actividades recreativo-económicas como la caza, solo justificable con objetivos precisos de control demográfico para evitar desequilibrios irreversibles en el ecosistema.

Precisamente la popularidad de las actividades cinegéticas en el pirineo aragonés fue la causa principal de la extinción de la cabra montesa pirenaica, el bucardo, en el año 2000. Su último ejemplar, Celia, es un buen ejemplo de la utilización de técnicas de clonación para la conservación de la biodiversidad.

La clonación de Celia es considerada el primer experimento (fallido) de los denominados procedimientos de desextinción. Esta alternativa genera no pocas controversias, pues se basa en un solucionismo tecnológico que podría debilitar los esfuerzos por proteger las poblaciones existentes evitando los problemas que las amenazan y derivar la financiación destinada a la conservación de los ecosistemas hacia proyectos de desarrollo tecnológico.

Celia, el último ejemplar de bucardo, disecada en Centro de Visitantes del Parque Nacional de Ordesa (Huesca).
Wikimedia Commons / Jose Miguel Pintor Ortego, CC BY

La tercera de las soluciones pasa necesariamente por catalogar y caracterizar el mayor número posible de las especies existentes actualmente y promover su conocimiento por parte de la sociedad. Esto significa mejorar nuestra cultura científica, intensificando los esfuerzos comunicativos para promover una cultura que visibilice la biodiversidad. Mientras que el término cambio climático arroja 104 millones de resultados en el buscador de Google, biodiversidad devuelve 79,4 millones y extinción de especies solo 26,2 millones.

Como decía el científico y divulgador Carl Sagan:

“Hemos preparado una civilización global en la que los elementos más cruciales dependen profundamente de la ciencia y la tecnología. También hemos dispuesto las cosas de modo que nadie entienda la ciencia y la tecnología. Eso es una garantía de desastre. Podríamos seguir así una temporada, pero, antes o después, esta mezcla combustible de ignorancia y poder nos explotaría en la cara”.The Conversation

Francisco López Cantos, Ciencias de la Comunicación, experto en comunicación pública de la ciencia., Universitat Jaume I

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

×