Desde que somos pequeños, los mapas nos enseñan a ubicar nuestro lugar en el mundo. Pero, ¿qué pasa cuando las representaciones que nos acompañan desde la escuela distorsionan el tamaño y la posición real de los países?
Los mapas mentales —esas imágenes del mundo que cada uno lleva en la cabeza— están profundamente influenciados por la forma en que se nos presenta la geografía en los libros de texto, en las paredes de los salones de clases, o en cualquier otro espacio cotidiano. Y, aunque parecen herramientas objetivas, los mapas muchas veces reflejan prejuicios históricos, políticos y culturales.
La proyección de Mercator, desarrollada en 1569 para facilitar la navegación marítima, es un claro ejemplo. Aunque revolucionó la manera en que los navegantes podían trazar rutas en línea recta, también infló desproporcionadamente el tamaño de las regiones cercanas a los polos. Por ejemplo, en muchas representaciones tradicionales, Groenlandia aparece casi del tamaño de África, cuando en realidad África es unas 14 veces más grande.
Más allá de las cuestiones técnicas, también está el factor emocional: tendemos a hacer más grandes en nuestra mente aquellos lugares que consideramos importantes o familiares. Para muchas personas en Estados Unidos, América del Norte ocupa un espacio desproporcionadamente grande en sus mapas mentales; en Europa, sucede lo mismo con su propio continente. En Centroamérica, no es raro que nuestra región aparezca como un pequeño «puente» entre gigantes, minimizando su enorme diversidad cultural y natural.
Desde pequeños nos enseñaron a ver el mundo de una manera: el Norte grande, el Sur pequeño. El centro ocupado por Europa y América del Norte. África y América Latina, desplazadas a los márgenes. Foto: Pexels
Estas distorsiones no son inofensivas: afectan nuestra percepción del poder, la importancia y el rol de diferentes regiones en el escenario global. «Lo que se repite una y otra vez se convierte en verdad», explica un grupo de expertos en cartografía citado por National Geographic. Con el tiempo, la imagen de un mundo centrado en Europa y América del Norte se afianzó en la conciencia colectiva, relegando al llamado «Sur Global» a los márgenes, no solo en los mapas, sino en la imaginación de millones de personas.
Intentos por corregir estas percepciones no han faltado. Mapas alternativos como el de Peters —que prioriza el tamaño relativo correcto de los países—, o representaciones «deconstruidas» que colocan a África en el centro, buscan desafiar los viejos patrones mentales. Sin embargo, la fuerza de la costumbre y la resistencia al cambio hacen que estas versiones sean todavía poco conocidas.
Entender cómo los mapas moldean nuestras ideas sobre el mundo es también una invitación a cuestionar otras narrativas que hemos dado por sentadas. En un planeta que enfrenta desafíos comunes, como la crisis climática o las migraciones masivas, repensar nuestro lugar en el mapa podría ser un primer paso para construir una mirada más justa y equitativa del otro.
Porque, al final, los mapas no solo nos dicen dónde estamos: también nos muestran qué tanto valoramos a quienes comparten el mundo con nosotros.
Esta historia fue originalmente escrita y publicada por National Geographic.