Para muchos, el trópico evoca playas, ritmos vibrantes, comidas exóticas y frutas dulces. Y no se equivocan. En Guatemala, como en el resto de Centroamérica, el sol amanece poco después de las 5:30 y se despide cerca de las 6 de la tarde. Esa constancia solar ha sido una bendición para la agricultura, especialmente para el banano. Pero el mismo sol que ha nutrido la tierra durante siglos ahora amenaza con quemarla.
Guatemala es el quinto país más productivo del mundo en cultivo de bananos, con un rendimiento promedio de 45.72 toneladas por hectárea, según un reporte del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAGA). El banano se cultiva en 59,070 hectáreas, repartidas en cuatro departamentos: Izabal, Escuintla, Suchitepéquez y Retalhuleu, lo que representa el 1.97 % de las tierras agrícolas del país.
En 2022, Guatemala exportó 2.46 millones de toneladas métricas de banano, equivalente al 18 % de las exportaciones globales. Este cultivo representa cerca del 30 % del PIB nacional y genera empleo —directo e indirecto— para unas 450,000 personas.
Ecuador, Costa Rica y Guatemala son los tres países latinoamericanos con mayor producción bananera a nivel global. Fuente: Banana Link
Más allá de su peso económico, el banano cumple un rol social crucial. Su cultivo, concentrado en zonas costeras, es muchas veces la única fuente de ingresos para comunidades rurales y un alimento básico en su dieta. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), más de 400 millones de personas consumen entre el 15 % y el 27 % de sus calorías diarias a través del banano y sus variedades de cocción. Es el cuarto cultivo alimentario más importante del mundo, después del trigo, el arroz y el maíz. “Como alimento básico, los bananos, incluidos los plátanos y otros tipos de bananos de cocción, contribuyen a la seguridad alimentaria de millones de personas en gran parte del mundo en desarrollo y, dada su comercialización en mercados locales, proporcionan ingresos y empleo a las poblaciones rurales”
Todo este entramado agrícola, económico y social está hoy bajo amenaza. En mayo de 2025, la organización Christian Aid advirtió en su informe Bananas enloquecidas: cómo el cambio climático amenaza la fruta favorita del mundo, que la producción de banano en América Latina podría reducirse en un 60 % en los próximos 55 años debido al cambio climático.
Las olas de calor, más frecuentes e intensas, se suman a la escasez de agua y las inundaciones, generando condiciones extremas que afectan el crecimiento de las plantas y favorecen la aparición de enfermedades como la Sigatoka negra —que reduce hasta un 80 % la fotosíntesis— y la Fusarium Raza Tropical 4, que deja los suelos infértiles.
Las olas de calor se han incrementado, tanto en intensidad como en frecuencia, durante los últimos 15 años. Por ejemplo, en la década de 1960, los estadounidenses experimentaban una o dos olas de calor anualmente. Para la década del 2010, ese número aumentó a seis. Al aumento de estos eventos climáticos, hay que añadir otros factores como la escasez de agua y las inundaciones.
Para Guatemala, donde gran parte de la economía depende del banano, esta amenaza es especialmente grave. El país se ubica entre los cinco más vulnerables a fenómenos meteorológicos extremos y el 83.3 % de sus regiones productoras de PIB están expuestas a riesgos climáticos múltiples.
«El cambio climático está afectando a los productores de banano de todo el mundo, que luchan a diario contra patrones climáticos impredecibles, sol abrasador, inundaciones, huracanes y un aumento de las plagas y enfermedades. Mientras tanto, el aumento de los costes de producción añade una presión adicional a unos medios de vida ya de por sí frágiles», dijo Anna Pierides, directora senior de Abastecimiento Sostenible de Banano de la Fundación Fairtrade.
Aunque el banano sigue siendo uno de los pilares de la economía guatemalteca, los efectos del cambio climático plantean retos cada vez más visibles para su producción y sostenibilidad a largo plazo. Las altas temperaturas, la irregularidad en las lluvias y el aumento de plagas obligan al sector a adaptarse a un entorno más incierto. Frente a este panorama, el informe de Christian Aid sugiere que será clave invertir en investigación, monitoreo climático y prácticas agrícolas más resilientes para mitigar el impacto y garantizar la estabilidad de uno de los cultivos más relevantes del país.