Esta historia fue publicada originalmente por en la edición de verano 2024 de la revista Living Bird del Laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell. Click here to read this story in English.
En la Bahía de San Lorenzo, en Honduras, las salineras se han mostrado como los sitios dorados para sostener generaciones de personas, de aves playeras y de una artesanal y desconocida forma de vida.
“Soy la tercera generación de una familia de producción artesanal de sal en San Lorenzo”, dijo orgullosamente Julia Salazar. Ella es la hija de Julio Salazar, quien ha estado extrayendo sal de esta bahía de la costa del Pacífico hondureño desde 1988 – y nieta de Sabas Nicolas Salazar Molina, quien llegó a la bahía en 1928 atraído por la oportunidad que este precioso mineral proveía. “Desde niña”, Julia Salazar recuerda, “recuerdo despertarme al amanecer y ver la recolección de lo que la gente llama oro blanco”.
En Honduras toda la producción de sal es artesanal, una operación agrícola a pequeña escala realizada principalmente a mano, con trabajadores barriendo recipientes poco profundos de agua de mar con escobas para apilar montículos de sal. La región alrededor de la Bahía de San Lorenzo suministra la mayor parte de la sal del país, más del 75% de toda la sal cosechada en Honduras. Pero más allá de las olas del Pacífico y los enormes montículos de oro blanco apilados por los recolectores de sal, Julia Salazar recuerda algo más distintivo de su infancia en la Bahía de San Lorenzo: las aves, en particular una que conquistó su corazón: la cigüeñuela cuellinegra, conocida como “Soldadito”, bautizada de esa manera porque su forma de caminar se asemeja a la de los soldados cuando marchan.
“Fue esta especie la que más me llamó la atención y me hizo contemplar más a las aves”, dijo, recordando cómo, cuando era niña, quedó fascinada con el comportamiento de los soldaditos que caminaban en busca de comida y anidaban en la hierba salada justo encima de los llanos de las lagunas artificiales dentro de la salinera familiar.
“Lo que más me interesó fue como tanto el macho como la hembra protegen sus nidos y a sus polluelos”, dijo Salazar, quien hoy es madre de tres hijos. “Me sentí muy identificada con eso”.
Ese vínculo maternal entre Salazar y los soldaditos se ha convertido en el trabajo de su vida, ya que ahora aboga por la protección de estas aves playeras y sus nidos en la Bahía de San Lorenzo. Durante la última década, lidera un esfuerzo interdisciplinario entre empresas y biólogos hondureños para crear conciencia y salvaguardar los bosques de manglares y los humedales intermareales que hacen de esta bahía uno de los ecosistemas marino-costeros más importantes del país. En 2022, la acumulación de datos sobre las concentraciones de aves playeras en la región resultó en la designación del sistema de humedales Punta Condega-Jicarito como un sitio de 45,393 hectáreas de importancia regional en la Red de Reservas para Aves Playeras del Hemisferio Occidental (RHRAP), el primer sitio de este tipo en toda la región de Honduras.
El viaje de Salazar para ayudar a obtener reconocimiento nacional e internacional para la Bahía de San Lorenzo ha sido complejo, en el que ha integrado desde el turismo hasta la observación de aves y el fomento de un sentido de empoderamiento comunitario entre los productores de sal. Todo esto lo ha hecho con un impulso constante y su visión particular acerca de las dinámicas de la Bahía.
“Lo que más destaca de ella es su liderazgo”, dice Osvel Hinojosa-Huerta, director del Programa de Soluciones Costeras del Laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell, al que Salazar se unió en 2023. “Ha logrado reunir a un gran número de productores de sal y ha ayudado a que aprendan sobre las aves playeras y el rol que estas juegan en la producción de sal y en su conservación”.
La práctica de cosecha de sal en la Bahía de San Lorenzo se remonta a más de 2.000 años antes de la conquista española, cuando los indígenas Chorotega emigraron de México y se asentaron en lo que hoy es El Salvador, Honduras y Nicaragua. Sus medios de vida, entrelazadas profundamente con el flujo y reflujo de las mareas, giraban en torno a la pesca, la tala de manglares y la producción de sal.
Los Chorotega recolectaban sal evaporando el agua de mar mediante ebullición, una práctica que requería talar árboles de mangle para obtener leña y que persistió hasta después de la llegada de los españoles a principios del siglo XVI. Entonces, la sal era importante para la conservación del pescado y la carne. Los españoles también la utilizaban para fabricar su moneda. Las actividades mineras coloniales cerca de Tegucigalpa, la capital de Honduras, requerían sal para el proceso de fusión de plata y oro, lo que impulsó la industria salinera en el Golfo de Fonseca.
La entonces alta demanda salinera exigía la implementación de procesos más efectivos y menos costosos. Al principio del siglo XX, la industria salinera hondureña introdujo como innovación el uso de estanques poco profundos, conocidos como asoleadores, que capturan los rayos del sol para mejorar el proceso de evaporación del agua de mar. Esta innovación no sólo mejoró la calidad y el rendimiento de la sal, sino que también alivió la presión sobre los bosques de manglares y permitió la creación de hábitats alternativos para que las aves playeras caminen y recojan invertebrados acuáticos en los charcos poco profundos de agua de mar que se evaporan. Junto con sus extensas llanuras fangosas y estuarios, la Bahía de San Lorenzo hoy en día se considera un hábitat vital de reproducción y una parada clave en la ruta migratoria de las aves playeras.
“El Golfo de Fonseca (en el que se encuentra la Bahía de San Lorenzo) es de gran importancia para una variedad de aves playeras como el playero semipalmeado y el playero diminuto, porque es una zona de descanso y alimentación”, dijo la ecologista nicaragüense Salvadora Morales, quien es una especialista en conservación para la Red de Reservas para Aves Playeras del Hemisferio Occidental. “Algunas especies como el soldadito incluso la utilizan para reproducirse”, añadió.
En 1999 la Bahía de San Lorenzo y otras seis zonas más del Golfo de Fonseca fueron designadas como un humedal de importancia internacional por la convención Ramsar, en parte debido a la importante conglomeración de diferentes especies de aves playeras que se realiza en la zona. La declaratoria también reconoce a este sistema como un hábitat esencial para las tortugas carey y golfina, los cocodrilos americanos y los humedales intermareales de manglares que se encuentran en peligro.
“El sitio, en su mayoría conformado por bosques de mangle, es uno de los ecosistemas más importantes del país”, cita la declaratoria oficial del sitio Ramsar número 1000.
A pesar de la declaratoria, la designación como sitio RAMSAR no ha sido suficiente para mitigar la vulnerabilidad del golfo a los intereses corporativos nacionales e internacionales como la expansión del desarrollo agrícola para el cultivo de melones y caña de azúcar y la floreciente industria del camarón. Desde mediados del siglo XX, el Golfo de Fonseca ha perdido aproximadamente la mitad de su cobertura forestal de humedal original.
“El problema está en tener declaraciones protectoras sin fondos suficientes para su protección”, se lamentó Jorge Palma, esposo de Julia Salazar y director técnico de un parque nacional en el centro de Honduras.
Julia Salazar se graduó de la universidad en 2009 y regresó a la granja de sal de su familia, la Salinera Santa Alejandra, con una licenciatura en turismo de la Universidad Tecnológica de Honduras. Durante sus estudios, había adquirido experiencia realizando recorridos para el público y ahora quería compartir con los hondureños la cultura artesanal de las salineras de la Bahía de San Lorenzo.
Comenzó creando el proyecto “Sal para la Conservación”, un recorrido por la granja de sal de su familia, con la misión más amplia de proteger los ecosistemas marino-costeros del sur de Honduras. En su mente, el gran deseo era el de unir a todos los productores de sal de San Lorenzo bajo la bandera de una productividad respetuosa con el medio ambiente.
En 2012, Salazar lanzó una sencilla página de Facebook que ofrecía recorridos educativos a cualquiera interesado en aprender sobre la producción de sal y sus beneficios ecológicos. Profesores de escuela y universitarios respondieron de inmediato para inscribirse. Pero pronto, ella comenzó a notar el interés de un tipo diferente de cliente: “Curiosamente, también comenzamos a recibir visitas de observadores de aves, atraídos por la facilidad que las granjas de sal brindan para la observación de aves playeras… turistas de Nicaragua, El Salvador y Honduras, y luego de Estados Unidos y Europa”.
De repente, vio renovado su interés en el ritmo de la marcha de los soldaditos que había observado de niña y empezó a notar pequeños huevos cafés que se asemejaban a rocas en la salinera de su familia a lo largo de las costas de la Bahía de San Lorenzo.
“Descubrí pequeños nidos hechos con caracoles, piedras y ramas que contenían de tres a cuatro huevos custodiados por padres dispuestos a luchar para protegerlos”, dijo Salazar. “Aprendí que siempre anidan antes del inicio de las lluvias en las orillas de las lagunas de las salineras. Por iniciativa propia, comencé a monitorear mensualmente las lagunas en busca de nidos o polluelos”.
Sus observaciones permitieron determinar que los soldaditos también anidan en granjas camaroneras, aunque prefieren las granjas de sal por ser un ambiente más pacífico para criar a sus crías: “Hay muchas menos perturbaciones que en otros lugares”.
Alrededor de 2014, los tours a la salinera comenzaron a atraer a biólogos de Aves Honduras, una asociación ornitológica sin fines de lucro, que inició censos oficiales anuales de la población de aves playeras en la Bahía de San Lorenzo. Estos datos llamaron la atención de la Red de Reservas de Aves Playeras del Hemisferio Occidental, una asociación internacional de conservación que busca proteger alrededor de 120 sitios críticos para aves playeras en todo el continente americano.
“Acompañé a un biólogo de Aves Honduras a observar el comportamiento de H. mexicanus (el soldadito) y Anarhynchus wilsonia, conocido como chorlito de Wilson”, recordó Salazar. Estas experiencias marcaron un cambio significativo en su enfoque y pasión por la conservación ambiental. Inicialmente, ella centró sus esfuerzos en organizar recorridos y promover la producción de sal a través de su proyecto Sal Para La Conservación. Sin embargo, pronto sintió que su papel evolucionaba hacia la recopilación de datos esenciales para comprender cómo las granjas salineras apoyan los hábitats de las aves playeras.
Si bien inicialmente centró sus esfuerzos para Sal Para La Conservación en organizar recorridos y promover la producción de sal, sintió que su papel evolucionó hacia la recopilación de datos esenciales para comprender cómo las granjas de sal apoyan los hábitats de las aves playeras.
Pero primero tendría que persuadir a su padre, Julio Salazar. Porque, como la gran mayoría de los salineros y camaroneros vecinos de la bahía.
“Pensábamos que sus excrementos afectaban de alguna manera a la sal», dijo. Además, también creía que depredaban una parcela de cultivo de camarones que él operaba: “Pensé que se los comían (los camarones). Entonces solía dispararles con la escopeta”.
Sin inmutarse, Julia Salazar comenzó a promover la observación de aves playeras en los tours de Sal Para La Conservación. En 2020 sus monitoreos informales de aves en la salinera familiar la llevaron a ocupar un puesto la RHRAP, donde se convirtió en especialista en conservación de aves playeras y de sal para el Programa de Rutas Aéreas. Su trabajo se centró en desarrollar una evaluación de la producción de sal orientada a la conservación de las aves playeras, establecer las mejores prácticas de producción de sal respetuosas con este grupo de aves e identificar las amenazas y los beneficios para las aves playeras en los sitios de producción de sal.
Los censos de aves playeras realizados a través de la RHRAP y Aves Honduras en la Bahía de San Lorenzo y sus alrededores arrojaron concentraciones significativas: más de 12,000 playeros occidentales contabilizados en un lugar y otro recuento de 5,000 playeros semipalmeados, un ave citada como especie de punto de inflexión en el informe Estado de las Aves publicado en 2022. (Las especies del punto de inflexión han disminuido un 50% en los últimos 50 años y están en camino de perder otra mitad de su población actual en los próximos 50 años).
Durante la marea alta, uno de los conteos encontró una reunión de más de 100 ostreros americanos, incluidos algunos con bandas en las patas que indicaban que habían sido marcados en sus zonas de reproducción desde Massachusetts hasta Florida por biólogos del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de EE. UU. Otros recuentos registraron grupos de especies mixtas de más de 20.000 playeros, cigüeñuelas y avocetas, incluidos el playero menor, el playero cigüeñuela y el zarapito trinador (las tres también especies en un punto de inflexión).
Los datos sólidos sobre aves playeras justificaron la creación del primer Sitio de Importancia Regional de la RHRAP en Honduras, designado en 2022 en el ecosistema de humedales de Punta Condega-El Jicarito en el este del Golfo de Fonseca. También se convirtió en el primer sitio declarado de la RHRAP que alberga un número significativo de alcaraván, , una especie de ave playera de gran tamaño que se extiende desde América Central hasta América del Sur.
“La declaración de sitio de importancia para el Sistema Punta Condega-El Jicarito es una oportunidad para que los actores locales lleven a cabo acciones concretas de manejo del hábitat para la conservación de las aves playeras”, dijo Morales, especialista en conservación de aves playeras de la RHRAP. “Ya hemos logrado que las granjas camaroneras de la zona se sumen a la red de monitoreo de aves”.
Toda la atención prestada al hábitat de las aves playeras alrededor de la Bahía de San Lorenzo ha elevado el perfil de los tours de Sal Para La Conservación. Alrededor de 5.500 turistas y estudiantes han realizado los recorridos hasta la fecha, incluido el embajador de Estados Unidos en Honduras.
“Nos convertimos en un punto de encuentro para los observadores de aves”, contó Salazar, quien aseguró que los pajareros ayudaron a cambiar la opinión de su padre sobre las aves. Los tours han generado hasta el 5% de los ingresos anuales de la salinera, lo que también ha contribuido a establecer un modelo para la producción de sal respetuosa con las aves en San Lorenzo. “Mi papá tiene una mentalidad diferente y participa en los recorridos, recibe a los huéspedes y les muestra la empresa que fundó su padre”.
En esencia, Salazar afirma que el espíritu de su proyecto es fomentar un sentido de pertenencia entre los productores de sal de San Lorenzo hacia la naturaleza circundante de la que dependen, así como hacia el oficio de su trabajo.
“Cuando permitimos que el productor sea parte de estas iniciativas y le mostramos el asombro y la curiosidad de muchos por su trabajo, estamos abriendo caminos importantes para sumar sectores productivos a la conservación del entorno natural del sur de Honduras”, afirmó.
En marzo de 2023, el Gobierno de Honduras ratificó oficialmente la declaración de sitio de la RHRAP del ecosistema de humedales Punta Condega-El Jicarito con el Decreto Legislativo 5-99-E, que clasificó el terreno bajo la categoría de Manejo de Hábitat.
Esta ratificación, sin embargo, genera incertidumbre en Salazar. Teme que, al igual que ocurrió con la designación de sitio RAMSAR hace 25 años, el impacto real de estas declaratorias oficiales en la conservación podría ser mínimo. La designación de Gestión del Hábitat no incluyó ningún plan de acción concreto para reforzar la gestión y la preservación del área.
Dados los bajos niveles de inversión estatal que el gobierno central puede poner en zonas bajo la designación de Gestión de Hábitat en el sur de Honduras, Salazar ve en el turismo de observación de aves y en las salineras ambientalmente sostenibles como la mejor esperanza para asegurar el futuro de la Bahía de San Lorenzo como hábitat crucial para decenas de miles de aves playeras. El año pasado, en una presentación del Programa de Soluciones Costeras del Laboratorio de Ornitología de la Universidad de Cornell (CSF) habló sobre su visión de integrar la producción de sal y la conservación de aves playeras en el Golfo de Fonseca. La charla de Salazar impresionó profundamente a la administración del programa, que financia iniciativas interdisciplinarias en nueve países latinoamericanos a lo largo de la ruta migratoria del Pacífico para poner a prueba proyectos innovadores con base científica que beneficien a las aves playeras y las comunidades humanas.
“Los proyectos de Soluciones Costeras deben ofrecer soluciones para implementar estrategias de conservación efectivas que se basen en la participación de diferentes disciplinas y sectores, especialmente comunidades locales y partes interesadas, y deben incluir mecanismos de gobernanza, como nuevas políticas públicas, para garantizar el éxito de estas iniciativas a largo plazo”, dijo Osvel Hinojosa-Huerta, director del CSF. “El proyecto de Julia se destacó al cubrir todos esos requisitos”.
Salazar fue seleccionada como becaria en 2023 para lanzar una iniciativa de conservación de aves playeras que promueve la emisión de licencias ambientales para granjas de sal, el desarrollo de fuentes de ingresos alternativas para los productores de sal y la celebración de la cultura de la producción de sal para posicionar a la Bahía de San Lorenzo como un destino turístico. Con su proyecto CSF, ahora trabaja con otros 78 productores de sal en la bahía (aproximadamente una cuarta parte son mujeres) para ayudarles a replicar el éxito de la salinera de su familia, y convertir el turismo de observación de aves en una fuente adicional y sostenible de ingresos.
Como lo hizo con su padre, el trabajo de Salazar con otros agricultores en la bahía comienza explicando que las aves playeras no son una amenaza para la calidad de la sal ni la producción de camarón. Por el contrario, son bioindicadores de la salud de los ecosistemas marino-costeros. También les enseña que las aves playeras normalmente no comen camarones, sino que prefieren pequeños gusanos, moluscos y crustáceos que viven bajo tierra. Y, debido a las migraciones hemisféricas de algunas especies de aves playeras, desde Alaska hasta Chile y Argentina, las aves actúan como vínculo entre ecosistemas distantes: su defecación no estropea la sal, sino que hace circular nutrientes y hace que los ecosistemas sean más productivos.
La reacción de los residentes de San Lorenzo hacia los conocimientos brindados por Salazar, ha abierto muchos ojos sobre el rico recurso natural de las aves playeras en la Bahía de San Lorenzo.
“Julia Salazar vino a enseñarnos la verdadera importancia de las aves migratorias en el medio ambiente”, dice Marcio Molina, productor de sal en la bahía desde 1982. “Creo que todo el sector salinero desconocía por completo la existencia de estas aves y ahora hemos comenzado a valorar lo que significa cuidarlas y apoyarlas cuando pasan por las fincas”, añadió.
“Después de que Julia nos trajo este conocimiento, comencé a detenerme y observar las aves, diferenciarlas y ver sus formas y colores”, comentó Delia Hernández, otra de las productoras de sal de San Lorenzo. “Eso me ha ayudado a entender que a veces realmente no valoramos lo que tenemos porque no sabemos nada de ello”.
En última instancia, Salazar ve la integración de las aves playeras en la producción de sal como una forma potencial de mejorar las certificaciones de los productos salinos, aumentando así los precios. Ella dice que es una manera de incentivar a los productores de sal hacia la protección de los ecosistemas y alejarlos de la expansión de las granjas hacia áreas protegidas. “Ampliar la tierra no siempre equivale a mayores ingresos”, dijo.
Mientras continúa reclutando a los productores de sal como aliados de la conservación, Salazar y otros socios de Sal Para La Conservación visten camisetas con soldadito adornando sus pechos, un símbolo de la unión entre las aves playeras y toda la vida natural de la Bahía de San Lorenzo y el legado histórico y cultural de la producción artesanal de sal.
Hoy, Julia Salazar continúa paseando por la salinera de su familia mientras observa a los soldaditos y revisando sus nidos.