El Lago de Atitlán, en Sololá, al occidente de la Ciudad de Guatemala, es un punto preferido para visitantes locales y extranjeros. Considerado como una de las maravillas naturales del mundo, gracias a su topografía única, es uno de esos sitios que se antojan para agregar en las bucketlist de cualquier persona en el mundo.
Alrededor del lago conviven varios pueblos, todos de ascendencia maya y que guardan sus costumbres y tradiciones fiel y celosamente. A unos 8 km. de Panajachel, el pueblo más conocido y puerta de entrada para el resto de poblados, está Santa Catarina Palopó.

En la web se encuentra poco de este lugar lo que no es algo necesariamente malo. No es un lugar tan turístico como otros en la zona del lago, por lo que es el sitio perfecto para absorber la cultura local.
Tradición textil
No es raro ver en sus pequeñas calles a mujeres hilando y tejiendo algunas de las prendas tradicionales que utilizan estas personas de ascendencia maya kaqchiquel. “Hacer una blusa nos lleva tres meses y un pantalón hasta seis”, dice doña Florencia, mientras afanosamente va creando los diseños característicos de los llamados güipiles.
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Generalmente son los trajes de las mujeres los más vistosos y, dependiendo de la región del país, cada uno es diferente. En lo que sí coinciden es en resaltar elementos de la naturaleza, como animales, plantas y volcanes.

Y es que lo agradable de lo que sucede alrededor de Atitlán es que tanto el espectáculo natural y el cultural se funden en una experiencia cotidiana escondida en una burbuja de tiempo. No parece importar lo que sucede fuera, porque aquí todo parece ser igual como alguna vez fue o será.
Identidad a montones
Es un poco difícil de explicar lo que se siente en estos lugares, pero si es evidente que no es una sensación exclusiva de unas cuantas personas. Con la idea de recuperar sus espacios públicos y mostrar al mundo su visión de él, surgió la iniciativa ‘Pintando Santa Catarina Palopó’.
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Alejados de publicidad y propaganda política, las paredes de Palopó lucirán diseños tradicionales de volcanes y algunos animales de la zona, así como los colores característicos de este lugar: azul, verde y rojo.

“Queremos mostrar lo que nuestra gente siente y expresa a través de sus colores”, dice Lidia Cúmen, lideresa comunitaria. “Nuestras abuelas se sentían más identificadas con el rojo y ahora es el azul el que predomina. Esto es un homenaje a nuestras raíces y a nuestro porvenir”.
Es interesante ver que este proyecto, además de ser algo estético, cala en el interior de las personas que ahí habitan, ya que genera procesos de renovación y sentimientos de pertenencia hacia su propia identidad.